Ojalá encuentren aquí un pedazo de Cuba, de su alma y de su gente... un poco de Matanzas, y un poco de mí

viernes, 4 de abril de 2014

Rachel: una niña de 7 años adicta a la lectura

Rachel Egües Rodríguez tenía solo cuatro años cuando aprendió a leer casi solita. Su mamá pensó que con el tiempo la niña, como sucede con quienes se adelantan demasiado, se aburriría de los libros.

Pero ha pasado todo lo contrario. Con siete años ahora, sin levantar aún una cuarta del suelo, la pequeñita de tez trigueña, ojos muy vivos y pelo rizado es una adicta a la lectura.

Rachel, quien reside en el municipio de Los Arabos y asiste al segundo grado en la escuela primaria Camilo Cienfuegos, no puede pasar un día sin leer.

La pequeña habla despacito, casi como si deletreara cada palabra, con una dicción perfecta y un poquito de esa ñoñería que los padres se empeñan en cultivar.

Es un placer entrevistar a una niña tan pequeña que lee tanto.

Rachel, ¿cómo aprendiste a leer con cuatro añitos?

- Aprendí por unas postales que mi tía me había traído de letras y números. Aprendí con eso a leer, a sumar y a restar.

- ¿Y aprendiste solita?

- Con un poco de ayuda de mis padres- me dice con toda la  sinceridad del mundo.

- ¿Qué te decían cuando veían en el Círculo Infantil que ya sabías leer?

- Se asombraban- y levanta los hombros como diciendo, ¡qué otra cosa iban a hacer sino asombrarse!

- ¿Y ya leías cuentos con esa edad?

- No, me los tenían que leer. Yo podía nada más leer palabras y oraciones cortas. Y ya, eso es lo único que podía leer- ¡otra vez la sinceridad!

- ¿Y después que aprendiste a leer mejor, lees mucho?

- ¡Sí! (Dice un sí largo y se ríe).

- ¿Cuántos libros haz leído?

- No sé, muchos, he perdido la cuenta- es la respuesta que me lanza ahora, como si con esa edad ya se hubieran podido leer tantos libros como para perder la cuenta. ¡Qué parejera!

- ¿Cuántos libros te puedes leer en un día?

- En un día puedo leerme dos, tres, cuatro, cinco, seis o siete; no sé, muchos…
- ¿Tú entiendes todo lo que dicen los libros?

- Más o menos- otra respuesta muy sincera, porque a los siete años hay cosas que Rachel aún no entiende y ella no tiene reparo en confesarlo.

- ¿Cuáles son los libros que más te han gustado?
- El Cochero Azul, Mis cuentos de caballos… eehhh… ¡Y me gustan los cuentos de princesas!- ¿a qué niña no le gustan los cuentos de princesas?

- ¿Tienes muchos libros en la casa?

- ¡Muchos! - No le pregunto por el reguero que debe armar de libros por toda la casa, pero su mamá da constancia de ello. “A veces llena la cama entera y tengo que regañarla”.

- ¿Te gustan las bibliotecas?

- Sí, porque leo libros y a veces yo me puedo llevar unos cuantos libros, dos o un libro, por ahí.

- ¿Qué te gustaría ser cuando seas grande?

- ¡Pintora!- me dice sin pensarlo mucho

- ¿Y escritora de libros, no?

- También- me dice como para salir del paso. “A mí me gusta leer, no escribir, ¡qué boba esta periodista!”, habrá pensado la niña.

Rachel les exige a su mamá y a su tía, quien trabaja en La Habana, que le compren todos los libros que encuentran, y ella en agradecimiento los lee una y otra vez, disfrutando de la lectura mientras otros niños se entretienen en la calle.

Lo más llamativo es que al llegar a una casa de visita sus ojos no se van para los juguetes, como sería normal en cualquier niño de esa edad, sino para los libros. Los libros son para Rachel el mejor regalo del mundo.

Pero Rachel no solo es una adicta, sino una lectora compulsiva, capaz de devorar en un ratico unos cuantos títulos.

Quizás por eso sabe de memoria tantas poesías y las recita sin pena donde la llamen; quizás por eso habla tan bonito, tiene tantas leyes, sabe tantas cosas y disfruta tanto conversar con las personas mayores.

Antes de despedirse Rachel me regala dos poesías que guardo como tesoro en la cinta de mi grabadora.

Y qué más da si Rachel Egües Rodríguez aprendió a leer con cuatro añitos y era un acontecimiento en la escuela cuando empezó el preescolar.

Con el tiempo quizás Rachel ni quienes le rodean se acuerden de su prematuridad como lectora, pero le quedará, ojalá, esa mágica adicción a la literatura que la hará crecer como persona, en conocimientos y valores.

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