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martes, 25 de noviembre de 2014

Al Español le sobra machismo

Hace unos días sostuve una larga e improductiva discusión con dos compañeros de trabajo sobre el lenguaje como forma de discriminación hacia la mujer.

Alegaban ellos que les parecía exagerado, “cheo” e innecesario el uso de los sustantivos de ambos géneros cuando, según las normas del idioma español, el masculino engloba a ambos.

¿Qué es eso de “la niña y el niño”, “el médico y la médica”, “los trabajadores y las trabajadoras”?, me decían los jóvenes informáticos de la página web de Radio 26. “Cuando se dice “los niños”, “los médicos” y “los trabajadores” se está diciendo todo y no hace falta particularizar”, argumentaban.

Por más que traté de explicarles, por más que apelé a su sensibilidad como padres de dos niñas a quienes engloban a menudo en el sustantivo “niños”, ninguno entendió mis razones.

Ellos, como tantas otras personas, aceptan como normal que el género masculino sustituya al femenino. “Eso es así y no hay por qué cambiarlo”, fue la conclusión de ambos.

Al terminar aquella plática, que en algunos momentos subió de tono, sentí frustración e impotencia, pero no los culpé por reproducir estereotipos de género fuertemente arraigados en nuestra sociedad.

Incluso me cuestioné si no estaría llevando las cosas al extremo y viendo fantasmas donde no hay. ¿Será sexista el idioma español o seremos unos exagerados quienes enarbolamos la necesidad de visibilizar al género femenino en el lenguaje?, pensé para mis adentros.

Luego me tranquilicé. Mis compañeros no lo podían entender, pero el idioma español SÍ es sexista y es el reflejo en sus normas con respecto al uso de los géneros, de la cultura patriarcal que ha dominado y domina a la humanidad.
Negar que el lenguaje es sexista sería obviar los siglos de discriminación, de anulación, de vejación y de maltratos a que ha estado sometida la mujer.

El español, la lengua materna de los cubanos y de otras 400 millones de personas en el mundo, legitima la discriminación femenina cuando establece, por ejemplo, que hombres somos todos: hombres y mujeres.

Cuando el idioma generaliza no iguala, sino anula. Mujer es mujer y hombre es hombre. Con sus similitudes y diferencias, cada cual debe ser llamado por su nombre.

Es cierto que existen otros sustantivos que pueden sustituir a hombre, como persona o ser humano. Pero el solo hecho de que el masculino haya sido elegido para generalizar, tiene una carga simbólica discriminatoria, que solo no perciben quienes no quieren ver.

Cuando los niños aprenden las primeras reglas de la lengua y conocen esa norma aparentemente ingenua, están aprendiendo a validar la exclusión femenina.

No hay nada ingenuo en esto. La regla en cuestión es la expresión directa de un mundo dominado por los hombres, en el cual la mujer no tenía derecho a existir, más que para ser segundona o complacer al varón.

El idioma es una forma de comunicación y un sistema de códigos, pero es también una construcción social, reflejo de los seres humanos y su tiempo; un ente vivo que está en constante evolución.

Hasta hace unos años nadie hablaba de sexismo en el lenguaje. Las luchas por la liberación femenina comenzaron por batallas más urgentes como la igualdad de oportunidades en el ámbito laboral, en el acceso a la educación, por la salud reproductiva, contra la violencia de género y otros derechos fundamentales.

Ante estas luchas que aún siguen siendo prioridad, podría parecer exagerado el análisis de la discriminación desde el lenguaje. Pero quienes así lo consideran subvaloran la importancia de la comunicación como una forma de validar la cultura.

Por medio del lenguaje la mujer es anulada y violentada.

Cuando decimos que “detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer” estamos multiplicando por cero a la mujer; igual cuando repetimos que la mujer embellece la vida, cuando la convertimos en objeto sexual, cuando la ubicamos en el papel de ama de casa aunque sea una excelente profesional o cuando escribimos “madre” como sinónimo de mujer.

El lenguaje es una forma sutil y solapada, pero demasiado poderosa, de certificar la discriminación de género.

Por eso, aunque suene raro a los oídos, aunque parezca redundante y algunos colegas le llamen “el virus de todas y todos”, es importante llamar la atención sobre el sexismo en el lenguaje.

No niego que cuando se lleva al extremo, la práctica de usar siempre ambos géneros puede estropear la redacción y entorpecer la comunicación.

Pero cada vez que los comunicadores escribimos “niñas y niños”, “madres y padres”, “abuelas y abuelos” y lo hacemos con una lógica razonable, estamos avanzando un poco en la eliminación de  la exclusión femenina.

Solo la Academia de la Lengua Española tendría la facultad de vetar la absurda regla de la anulación idiomática de las féminas; algo que no es imposible si tenemos en cuenta que la norma de un idioma la establece el uso.

La lógica del desarrollo indica que el lenguaje que excluye se queda atrás en un mundo donde la mujer se abre paso.

Puede sonar absurdo para las y los machistas empedernidos de nuestro tiempo, pero quizás un día se haga justicia y sea, como es en la realidad, un disparate mayúsculo, que el término “hombre” sustituya a “mujer”.

Pero eso lo disfrutarán mejor las pequeñas niñas de Yasser Mirabal y Fidel González, mis dos jóvenes compañeros de trabajo, incapaces de entender que al idioma español le sobra machismo.

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