Plutarco con su hijo Fidelito a inicios de los años 60. |
Plutarco vivió hasta los 79 años, los últimos 10 de su vida con solo medio pulmón funcionándole. Vivo de milagro, según decía su esposa Carmen, cuando contaba que fue Julio Fong, el amigo cirujano, quien le salvó de una muerte segura, provocada por una bacteria en los pulmones.
Pero tras casi un mes en terapia intensiva Plutarco sobrevivió y hasta el último de sus días fumó y tomó ron porque para él la vida no tenía sentido sin el tabaco, la bebida y las mujeres.
Tras 7 años de su muerte, todavía muchas personas preguntan por él y lo hacen con cariño y admiración. ¿Tú eres la nuera de Roche? ¡Ahí si había un médico! Y me cuentan de su ética, de cómo hacía que la gente trabajara con amor, de lo acertado que era en sus diagnósticos, de sus jaranas…
Yo solo conocí sus jaranas, sus clases de inglés particulares en la casa, sus manías a la hora de comer con la sal fina y el aceite de oliva, y sus lecturas constantes, un placer que disfrutó hasta el último de sus días.
Pero dicen que era un médico de esos que hay que decirle usted. Mi suegra Carmen contaba que recién graduado iba con él por la calle y se encuentran con una madre que llevaba a su niña ahogada por algo que se le había atragantado. Plutarco al ver que la pequeña no iba a llegar al hospital viva, pidió enseguida algo con que poder abrirle la garganta y lo primero que encontró fue un clavo.
Le abrió un orificio en la tráquea y la pequeña comenzó a respirar. Decía Carmen que muchos comentaron que ese médico era un animal, pero el les aclaró que lo importante era salvarle la vida y que la posible infección que el clavo podría ocasionar se resolvía después en un centro médico, como efectivamente hizo.
Médico por amor
Plutarco era hijo de un administrador de un central en la provincia de Granma, oriundo de Río Cauto, y aunque pudo vivir una niñez y juventud holgadas, lo hizo alejado de sus padres en escuelas privadas. Entre ellas una Academia Militar en Jamaica. De ahí le vino la dureza en el carácter, la rectitud en las formas y el inglés perfecto.
Una foto que Carmen misma dibujó para regalarle a Plutarco |
Al regresar de sus estudios Plutarco se hizo técnico en laboratorio y comenzó a trabajar en una clínica privada en El Vedado habanero, a la vez que ejercía como locutor en la emisora Radio Salas.
Por esos años Plutarco regresó a Granma y se encontró con la novia de su adolescencia, Carmen, hija del fotógrafo manzanillero Perfecto Durán, quien le había prometido esperarlo.
Ya ella era novia de otro muchacho, pero prometió regresar con él si terminaba la carrera de medicina. Así formalizaron una relación que duró más de 50 años, y que terminó solo con la muerte de los dos, en el mismo año, con solo 5 días de diferencia.
Cuando triunfó la Revolución Plutarco no había terminado su carrera de Medicina, aunque solo le faltaban unos semestres. En 1959 se integró a un curso que abrieron para graduar a los jóvenes que habían tenido que abandonar los estudios tras el cierre de la Universidad de La Habana.
Se graduó de médico y se puso a disposición de Fidel, nombre que le pondría al segundo de sus hijos, nacido precisamente en 1959, y con quien no pudo convivir los primeros meses de vida, pues su primera misión fue ir a trabajar ese mismo año como médico a una de las regiones más olvidadas de Cuba: la Ciénaga de Zapata.
Matanzas, adonde llegó para quedarse
Plutarco, en su época de médico en la Ciénaga |
Carmen me contaba que por poco se vuelve loca ese primer año de 1959, con Plutarco solo en la Ciénaga, sin saber nada de él y con los dos niños chiquitos sola en el apartamento del Vedado.
Me decía que trató de unírsele, pero aunque la casa donde paraba Plutarco era cómoda, había muchos mosquitos y él se perdía muchos días cuando tenía que ir lejos a tratar a algún paciente y la dejaba sola.
Ella regresó a La Habana, y ante la posible pérdida del matrimonio hizo todo lo posible porque lo mandaran a otro lugar para podérsele unir. No sabe si por sus gestiones, pero lo cierto es que cuando el ataque a Playa Girón Plutarco ya no estaba en la Ciénaga, sino en Colón, adonde la mandaron a dirigir el hospital.
Después dirigiría los de Jovellanos y Cárdenas. Y cuando por fin Carmen logró unírsele con los dos niños pequeños, le dieron una casa en el central Jaime López (en Jovellanos), donde trabajó varios años.
Siete años después llegaría a la ciudad de Matanzas, a la casa de Milanés, de donde nunca más se iría. Plutarco se especializó entonces en Epidemiología y Administración de Salud. Fue profesor de la Facultad de Medicina, Jefe de Estadísticas en la Dirección Provincial de Salud y Jefe del Programa de Mortalidad Infantil en Matanzas.
Durante muchos años fue Especialista en Epidemiología en el centro de Higiene Provincial y antes de retirarse era asesor del director provincial de Epidemiología, una profesión donde decían que no había quien le pusiera un pie delante.
Yo me muero en Cuba
Plutarco con su hermana en las desparecidas Torres Gemelas |
En la década del 90, y ante una jubilación que no quería ni esperaba, Plutarco decidió por fin aceptar la invitación de sus hermanas y conocer Estados Unidos. Ellas (tres hermanas) se habían ido desde los años 50 y vivían cómodamente allá.
También tenía dos hermanos, uno de ellos médico como él, Juan Enrique, y Hugo, todos con vidas allá desde antes de 1959.
Plutarco visitó Estados Unidos, bebió y comió como a quien le queda poco, asustado después de haber estado al borde la muerte y sabiendo que con medio pulmón no le quedaba mucho.
Se divirtió de lo lindo con sus hermanas, que lo atendieron como a un rey. Visitó las Torres Gemelas, las Cataratas del Niágara y muchos otros lugares de los que guardamos un arsenal de fotos.
Todos aquí pensaron que Plutarco se quedaba, pero enfermo y todo regresó. No solo por los hijos y los nietos, sino por él. Diría después que aquello no le gustaba, que ese modo de vida no era para él.
Así volvió a su casona de más de cien años de la calle Milanés en Matanzas, a sus libros, a los pocos amigos que lo visitaban siempre aunque ya no fuera el jefe, a sus tabacos de la cuota, a su canequita de ron…
Cuando yo lo conocí ya todo eso había pasado. Estaba flaco por la misma enfermedad y la “fumadera”. Tosía siempre, pero decía que de algo había que morirse. Eso sí, estudiaba todavía, seguía metiéndose con las mujeres bonitas aunque pudieran ser sus nietas, y no había perdido la agudeza en el pensamiento y en el verbo.
Murió el 3 de enero de 2004. Tras dos meses de ver sufriendo a su esposa Carmen, quien padecía cáncer de estómago. El primero de enero quedó inconsciente a causa de un derrame cerebral y no lo rebasó.
Días antes le había dicho a su hermana Yolanda que no quería seguir viviendo. ¡No sin Carmen! César, mi hijo, apenas tenía tres meses. Sin embargo, por esos milagros de la genética tiene mucho de ese abuelo inteligente y resabioso.
El médico que fue Plutarco, todo lo que hizo en esta provincia de Matanzas a la que lo ató la Revolución, solo queda en la memoria de quienes lo quisieron. Todavía Erasmo pasa por la casa y brinda con su hijo Fidel por el amigo que ya no está. También viene René a acordarse de los viejos tiempos.
Hace unos meses alguien dijo que querían escribir la historia de su vida, pero todo quedó ahí. Sin embargo, siempre hay un alumno, una secretaria, un compañero de trabajo que habla bien de él, sobre todo con respeto.
Y sus libros de Medicina están a buen resguardo, en las manos de un futuro médico que cada vez que comenta “estos libros eran de Plutarco Roche”, recibe el consejo certero de sus maestros: “ojalá te sirvan para ser tan bueno como él”.
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