Manolo, durante el homenaje de la UPEC por sus 90 años |
Manolo está presente ahora en cada rincón de su bahía de Matanzas, esa que nunca abandonó, ni en los años del exilio obligado hace más de medio siglo cuando se iba o lo mataban, por revolucionario y por bocón.
Sus cenizas se han unido a las olas, otras cayeron al fondo de la profunda e inexplorada bahía, muchas cruzan los cielos con las gaviotas y algunos granitos quedaron impregnados en las rocas de donde los ríos se unen con el mar, en la parte vieja de la Atenas de Cuba.
Desde allí sus hijos y nietos lo devolvieron a su Matanzas, en una ceremonia íntima y sencilla. Ellos, que crecieron bebiendo la sabia de Manolo y sus alegrías, le dieron el último adiós que fue un hasta siempre.
A sus 91 años Manuel de Jesús García descansó de casi diez años en los que no fue más Manolo. Muchos golpes, más que la misma edad, lo hicieron frágil: la muerte de Mirtha, su último amor; la partida hacia el exterior de Manoli, su única hija hembra y luz de sus ojos, y la pérdida de la visión, un arma imprescindible para un periodista.
Somos testigos de cómo Manolo luchó con la vida, pero también de cuánto deseaba la partida. Por eso, quizás, nos reconforta. Pero también consuela mirar atrás y saber una existencia llena de luchas, de locuras, de amores y de realizaciones profesionales. Y que hasta la muerte y la sepultura fueron como él anheló: sin tanta tristeza, despedidas falsas ni lecho adonde tuvieran que ir a llorarlo.
Manolo fue un auténtico cubano, de tez trigueña y ojos azules; seductor y piropero hasta el último de sus días, como si las hormonas jamás se le hubieran gastado. Ya no caminaba, no veía, casi no oía, pero jamás perdió su gracia criolla, su cortesía y su porte elegante.
Fue Manolo el luchador del Movimiento 26 de Julio, heredero del arrojo de su hermano Reynold, el jefe del ataque al cuartel Goicuría. El hombre de las luchas obreras, de la compra de la emisora Radio Matanzas, de Girón y de la Revolución.
Manolo fue el periodista que nunca descansó, el hombre de radio, de su emisora Radio 26, agudo en sus observaciones, con un oficio que pocos logran, maestro de generaciones que hoy lo nombran con orgullo, locutor, director de programas, guionista... El hombre de los premios nacionales de Periodismo y de la Radio.
Fue además Manolo el padre excelente, con sus cuatro varones: Manolito, Reynold, César y con Leo, el más pequeño y a quien mucho malcrió. Una sobreprotección solo superada por la hembra, quien le robó cuando no esperaba más hijos, casi todo el corazón.
Cuando se echa un vistazo a sus nueve décadas, es más cierta la frase de que la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida. Sus cenizas, esparcidas al viento estarán siempre presentes en cualquier parte de su Matanzas; pero es su obra, su recuerdo, el que por más tiempo vivirán, porque el Manolo de carne y hueso se lo ganó cada día de su existencia.
Qué decir de tu palabra, has resumido lo que muchos, por mucho decir no hubiésemos podido, gracias por poner en tus manos y tu sagacidad de periodista esas palabras que a muchos nos es imposible ilustrar, gracias por ese homenaje póstumo que en nombre de todos sus alumnos has hecho.
ResponderEliminarGracias Esquivel, pero la verdad, creo que dije poco... Uno siempre se queda corto cuando quiere resumir en un texto pequeño lo que fue e hizo una persona. Sobre todo una persona como Manolo. Yo no tuve la oportunidad de conocerlo trabajando, porque cuando me gradué ya Manolo tenía 80 años. Pero si viví la entrega del Premio Nacional de Periodismo José Martí, y todo lo que ustedes, los que sí tuvieron la suerte de compartir con él, contaban. Ya descansó, y en paz, imagino. El vivió, vivió intensamente, y eso es lo que importa, es lo que uno se lleva y por lo que lo van a recordar: trabajó y jodió como le dio la gana (en el buen y en el mal sentido de la palabra)... eso es bueno...
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