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viernes, 18 de febrero de 2011

Consideraciones sobre las justificaciones: ¿muro o pantano?

Este comentario lo escribí en medio de una reunión. Es una costumbre vieja: de escribir algo o pintar cuando paso mucho rato sentada en el mismo lugar. El tema no tiene nada que ver con la reunión en cuestión, que además era de trabajo y se hablaron cosas interesantes... sino con un tema de esos que me dan vueltas por la cabeza y que a veces paso meses para aterrizar al papel o a la pantalla.  Son algunas consideraciones sobre las justificaciones. Justificaciones que van de lo personal hasta lo social... y que pueden darse en cualquier lugar del mundo. Por supuesto, mi experiencia se resume a mi Cuba, a mi vida de estudiante y trabajadora, a mis amigos, a mi familia.      Confieso que yo también me justifico de vez en cuando. Pero no lo hago mucho. Es algo que no está en mí... porque mis padres fueron bastante estrictos en mi educación en ese sentido, y pobrecita de mí si no cumplía con mis deberes.   Hoy les agradezco su dureza... o sea, les justifico su mano dura.

Consideraciones sobre las justificaciones

Las justificaciones hacen más daño que las mentiras. Son sus primas hermanas: lastimeras, ventajistas, acomodadas y sobre todo, pegajosas. Las justificaciones son las asesinas de la crítica, del cambio, de la superación y del esfuerzo.

Acostumbrados a darlas y aceptarlas los seres humanos no percibimos que estamos diariamente, y sin posible ni rápida solución, ante un infranqueable muro de las justificaciones.

¿Ha llegado, por ejemplo, a tratar de resolver un problema, y quien se lo debe viabilizar le ofrece tal cúmulo de justificaciones para no hacerlo o aletargarlo, que usted no solo entiende, sino que siente lástima por los pobres que no pueden con tanto trabajo?

¿O puede suceder que le dan un número sin igual de excusas absurdas, que siente ganas de ahorcar a su autor o autores? En otro caso le dicen que algo no tiene solución de antemano, porque hace años alguien dio una explicación y no cambia, aunque el contexto sea diferente.

También puede encontrarse con la modalidad de echarle la culpa a un tercero, ajeno y a veces inocente, cuya incidencia usted sabe es solo subjetiva. El problema real reside en que quien practica la justificación como estilo de vida y de trabajo no quiere hacer el más mínimo esfuerzo.

Hay justificaciones para todos los gustos: válidas e inválidas, creativas y sosas, justas e injustas, oportunas e inoportunas y por supuesto: las aceptables y las total y absolutamente cínicas.

Las justificaciones serias enseguida se reconocen. Quien las ofrece mira directo a los ojos y habla francamente. No son rebuscadas, ni contienen muchos detalles. Por eso, aunque a priori parezcan sencillas, son en verdad las reales, las de los problemas que le pueden pasar a cualquiera de sopetón.

Aprendemos a justificarnos de niños, cuando empezamos a sociabilizar y perdemos un poco la inocencia, cuando entendemos que se puede mentir para quitarnos el golpe de encima. De pequeños, incluso le podemos echar la culpa de la rotura de los juguetes a un amigo imaginario.

Si da resultado, si los padres lo aceptan, crean así las bases para un futuro sagaz justificador. O lo que es lo mismo, una persona especialista en justificaciones. Porque la justificación es como una droga, envicia y se convierte en una manera de vivir.

Lo peor de las justificaciones es que acomodan e inutilizan. Hay algunas que hasta duele escucharlas. Son las justificaciones para no avanzar, para no trabajar, para no cumplir, para no ayudar, para no aprender…

Qué triste cuando las justificaciones son vacías, cuando no van acompañadas de argumentos sólidos. Qué triste, porque más que un muro infranqueable, las justificaciones son como un pantano enorme de donde nunca se sale.  Mientras más te justificas, más te hundes.

Duele que una empresa no produzca y se les justifique, que un médico tal vez no atienda bien a un paciente y se le justifique, que un constructor no termine la obra a tiempo ni con calidad y se le justifique, que un trabajador de los servicios maltrate y se le justifique, que un maestro mal eduque y se le justifique o que un periodista no sea fiel a su profesión de informar y se justifique.

Cuando se le aceptan las justificaciones porque la vida está difícil, el salario es bajo, el transporte está malo, los precios están por las nubes; cuando  se le echa la culpa a la crisis o cualquier otra cosa, estamos perdidos.

La exigencia no puede estar divorciada de la realidad, pero no puede ceder ante las justificaciones. Porque hay empresas, médicos, trabajadores de los servicios, maestros, constructores: personas, que siguen cumpliendo y trabajando, sin fallar, sin haber dado nunca una justificación para nada.

Tumbemos entre todos el muro de las justificaciones. Dejemos de tenernos lástima y construyamos a partir de todo lo maravilloso que tenemos como seres humanos, como familia y como país.

_ ¿Sabía que existe una teoría de la justificación?

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