De adolescente creemos que el único amor que existe es el que nos produce el dolor fuerte en la "boca del estómago", nos pone sudorosas las manos y nos hace desear estar pegados eternamente. Yo también amé así, con desenfreno. Hice mil locuras y escribí cientos de poemas que hoy me dan verguenza.
No verguenza con el resto del mundo (porque pocos los han leído), sino conmigo misma. A pesar de todo, les tengo el cariño de los recuerdos que me traen cuando los releo. No los conservo todos, por supuesto. Algunos solo están en manos de sus dueños. Otros corrieron la suerte de tener dos o tres copias y andan por gavetas y cajas en mi casa de Colón.
Ahora que ya no escribo, creo que tuve suerte por al menos saber escribir decentemente lo que sentía en mi adolescencia. Eso me ganó amores, porque los muchachos duros también se derriten con unas palabras bien manejadas. Y me ayudó a sortear las dificultades propias de la edad, confesándole mis problemas a ese amigo incondicional que es el papel en blanco.
Escribía cada sentimiento, cada dolor. Hubo un tiempo cuando hasta las rupturas las resolvía con poemas. Las épocas más prolíferas fueron cuando llegaba a mi vida algún imposible o era rechazada.
Y mis amigas me encargaban notas, cartas y poemas para sus novios. O cuando llegaba el 14 de febrero me ponían a llenar postales.
Cuando conocí a mi pareja actual todavía escribía poemas. Tenía 23 años y me acababa de graduar. Nuestros primeros dos años fueron intensos y le escribí mucho. Él amaba cada palabra. Tanto, que a cada rato me sorprende trayendome mis propios poemas, cuando yo creo que ya no existen.
A veces los leo y ni los reconozco. Es como si otra persona los hubiera escrito.
Él me reclama por qué ya no escribo. En realidad, ni yo misma sé. Espero que no sea culpa de la edad o la madurez. La verdad es que tengo poco tiempo desde que nació mi hijo hace 7 años. Apenas el suficiente para escribir lo que me toca en el trabajo.
Le he tratado de explicar que nuestro amor está en otra etapa, un estadío superior, de tranquilidad y seguridad. Que cuando más me inspiro para escribir es ante el sufrimiento, y por suerte mi vida está llena de motivos para ser feliz.
Pero lo que sucede en realidad, y esto es algo que nunca he sabido como decirle, es que estoy tan ocupada amando, que ya no me queda tiempo para escribir más poemas.
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