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miércoles, 12 de octubre de 2011

Huellas del terrorismo en una familia matancera de Boca de Samá

Reportaje sobre el mismo tema, publicado por mí en Girón...
-   Boca de Samá: El ataque más cobarde de Alpha 66 fue dirigido por Santiago Alvarez 
 
“Personas como esta no se tienen en la casa”, le dijo a Flora el moreno con cara de malo, mientras le estrujaba en el rostro la foto de Camilo Cienfuegos que había sacado del portarretratos. Luego, poniendo el arma en el estómago de Eneida, preguntó: “¿Cuántos milicianos hay en el puesto de guardafronteras?”


La joven de apenas 25 años tembló sin que ellos lo percibieran. “¡Muchos!”, exclamó, sabiendo que allí solo estaban el jefe del puesto y otro combatiente. Los demás eran alumnos de la escuela de guardafronteras y andaban por el mar.

Como un recuerdo cercano y horrible Eneida Villa Lechuga rememora la noche del 12 de octubre de 1971, cuando un grupo de terroristas contrarrevolucionarios irrumpió en su casa y su pueblo, “para liberarlos del comunismo”.

Boca de Samá, puerto pequeño situado en el municipio de Banes, en Holguín, fue el lugar escogido por los piratas para desembarcar y hacer sus fechorías. Allí nació y vivió parte de su vida Eneida, quien desde hace casi 40 años vive en la ciudad de Matanzas.

Pero ni el tiempo transcurrido, ni la lejanía con el lugar de los hechos han podido borrar de su mente las terribles horas, cuando temió por la vida de los suyos.

La irrupción en el pueblo

Eneida Villa y su hijo Armando, que tenía 7 años
“Aquel día mi papá Héctor había pasado todo el día en Guardalavaca, buscando un chivo perdido. Llegó muy cansado. Se bañó, comió, encendió la planta eléctrica y le dijo a mi mamá que la apagara ella, pues él se iba a acostar”, cuenta Eneida.

“Pero cuando mi mamá Flora fue a cerrar la llave de la gasolina, casi no le dio tiempo de llagar al cuarto. Enseguida despertó a mi papá y le dijo que creía que afuera había gente mala. Se oía mucho ruido, porque parece que chocaban los fusiles con la canal. Todas las persianas estaban abiertas, y cuando mi papá se asomó, chocó con el cañón de un arma”.

“Práctico, práctico, levántese, que es el comandante Iglesias, le gritaban a mi papá”.


En esa época Héctor Villa trabajaba como práctico del puerto en Boca de Samá y tenía los grados de teniente. Su casa era la única de placa en el pueblito que no pasaba de las 18. Allí no había corriente eléctrica y la planta de Villa era la única. Según piensa Eneida, los terroristas esperaron a que se apagara la última luz para entrar.

Héctor Villa había combatido en la guerra de liberación en las tropas del Segundo Frente Oriental, al mando de Raúl Castro, y el jefe de su columna (la 16) era el comandante Iglesias, más conocido por Nicaragua. Eneida refiere que su papá no combatió con las armas, pero fue mecánico y recogió con su remolcador mucha comida para la tropa.

Parece que los que irrumpieron esa noche lo sabían. Eneida cree que entre ellos había alguien de la zona, aunque nunca lo supieron con certeza.

“Nada más que mi papá abrió la puerta entraron violentamente dos hombres. Uno grande y distinguido, y el otro moreno, bajetón y con cara de bruto. El primero le dijo que era el comandante Iglesias, pero él no le creyó. Entonces se dio cuenta que eran contrarrevolucionarios.

“Los hombres le preguntaron a mi papá si tenía armas. Entonces él respondió al que se hacía pasar por el Comandante Iglesias, que si era quien decía ser, debía saber que los milicianos no les daban armas.

“Ellos preguntaron después que si las mujeres pertenecíamos a alguna organización. Mi mamá y yo, con los cañones apuntándonos dijimos que sí, que éramos federadas y cederistas. ¡Buena mierda!, nos dijo el cara de bruto, todas las federadas son una putas, y le escupió el rostro a mi mamá.


“En ese momento pensamos que de todas maneras si nos iban a matar lo mejor era decir la verdad.

“Años después mi papá siempre repetía que en ese momento se fijó bien en cómo venían vestidos, y por eso se dio cuenta de que no era revolucionarios. Yo no sé mucho de esas cosas, pero mi papá decía que traían una canana cruzada, que no se usaba en Cuba y una pistola Colt, cuando los combatientes cubanos llevaban Makarov.

“Mi papá se fijó también que uno de ellos levantó el zapato y tenía una estrella, además el pantalón era verdeolivo, pero a rayas. Tenían para terminar un brazalete negro con un gato con un ojo tapado. Ahí fue cuando a Héctor Villa no le cupo duda de quiénes eran”.


Violación de domicilio

Héctor Villa y su esposa Flora, víctimas de terrorismo
“El más alto de los asaltantes revolvió la casa entera buscando un arma, porque estaban seguros de que mi papá tenía una. El bajetón nos mantenía a mi mamá y a mí en la sala. A ella la obligaron a tener un fósforo encendido permanentemente el tiempo que estuvieron allí.
 


“En una de esas descorrieron los mosquiteros de mis dos hijos, que estaban dormidos. El varoncito tenía siete y la hembra cuatro. Les apuntaron y pensé que iba a ser el final. Pero solo querían asustarnos, causar terror.

“Se llevaron el retrato estrujado de Camilo, papeles de mi papá del puerto, mi carné de los CDR y un recorte de periódico donde aparecía una entrevista que le habían hecho a mi papá, y en la cual él hablaba de cómo los norteamericanos usaron a Boca de Samá mientras les sirvió para sacar frutas y cuando se fueron los dejaron todo abandonado y en la miseria.

“Cuando salieron mi papá se asomó para ver cómo podía avisar. Pero la amenaza que nos hicieron antes de irse era cierta, si intentábamos escapar nos mataban a todos. Afuera de la casa había uno con un arma dispuesto a cepillarnos”.


Los terroristas dejaron una proclamas en la casa de Eneida que decían: Fidel, el gato te cogió durmiendo; miliciano, tírate a la calle; solo se les perdonará la vida a los niños que hablen mal de la revolución.

Vidas inocentes: el costo del ataque

De la casa de Eneida y sus padres los hombres se dirigieron a la bodega. Se escuchaba tremendo escándalo, como si lo rompieran todo. Fue entonces cuando llegaron al pueblo el combatiente de la Seguridad del Estado Lidio Riva Flechas y el jefe del puesto de Guardafronteras, Carlos Escalante.

Rememora Eneida, con lágrimas en los ojos, que los dos venían de Guardalavaca y no sabían nada. “Pensaron que estaban robando en la bodega y se detuvieron. Riva Flechas apenas traía una pistolita, y Escalante, según se supo después solo tenía una bala en su arma. Este último dio el alto y disparó su única bala”.

“Ahí se formó el tiroteo. Los contrarrevolucionarios se encontraban armados hasta los dientes. Tanto, que al otro día, donde ellos estaban apostados se encontró una loma de casquillos.

“A Riva Flechas lo mataron enseguida, acribillaron su cuerpo. Era muy joven, apenas llegaba los 30. Por la mañana había desayunado en la casa. A él le gustaban los tostones con huevo frito que hacía mi mamá, y mi café. Ese día cuando se iba me había gritado: luego vengo a tomarte el café. Pero no pudo.

“A Escalante lo hirieron también y de milagro no murió. Ramón Siam, otro compañero que estaba de guardia en el muelle salió hacia donde sentía el tiroteo. Tenía puesta ropa blanca, lo vieron a lo lejos y lo mataron al instante.

“En esa locura también hirieron a mi cuñado Jesús Igarza. Su casa estaba al lado de la bodega, y como era de madera se llenó de orificios de bala en un segundo. Él estaba durmiendo de espaldas a la pared, y un tiro le entró por una nalga. Mi sobrino de 8 meses dormía en la cuna que estaba pegada a la pared.

“Adolorido mi cuñado le dijo a mi hermana que solo lo habían herido, que cogiera al niño. La cunita estaba toda agujereada y el pomo de leche que estaba en la mesita había desaparecido. Ella logró coger al niño y tirarse al piso. Pero cuando Jesús fue a coger a la niña, que también estaba dormida, otra bala le entró en una pierna.

“Esa última bala no se la pudieron sacar y le dio guerra toda la vida, al punto de que la pierna la tiene seca”.

Las otras víctimas del ataque a Boca de Samá fueron las hermanas Nancy y Aracelis Pavón. Su casita estaba en un alto que dominaba todo el pueblo. Ajenas a lo que pasaba encendieron una luz. Los terroristas al verla pensaron que era el puesto de guardafronteras y dispararon con la ametralladora calibre 50. Ambas fueron acribilladas, y a Nancy hubo que amputarle un pie.

El gato se fue con el rabo entre las patas

Fragmento de Antorcha, igual al que se llevaron los terroristas
La impunidad conque entraron e hicieron y deshicieron a sus anchas en Boca de Samá los terroristas duró poco. Enseguida llegaron las Milicias y los rindieron. Después de haber causado terror en el pequeño pueblo costero, huyeron como unos cobardes. “Se montaron en una lancha rápida y llegaron hasta un barco que los esperaba afuera”.

“Desde el punto de guardafronteras se les tiraba con una ametralladora, y alguno debe haber sido herido, porque se oyó a uno gritar: no me dejes, cabrón. En eso dieron una vuelta y vimos como se alejaban.

“El amanecer del 13 de octubre de 1971 en Boca de Samá fue muy triste. A los heridos se los llevaron para Santiago de Cuba. Mi mamá estuvo enferma de los nervios como seis meses, y mi papá daba declaraciones aquí y allá. Recuerdo que en la casa se cocinaba por gusto, pues nadie tenía deseos de comer”.


Eneida Villa tiembla cada vez que habla de aquel día. Cuenta que su papá decía que los terroristas aquellos no tenían perdón de Dios. Y repetía mucho que los norteamericanos eran unos descarados cuando afirmaban que Cuba era un estado terrorista. Siempre decía que se lo fueran a decir a él, que les iba a hacer un cuento de quiénes eran los verdaderos asesinos.

Cuenta Eneida que un tiempo después del ataque pirata, contrarrevolucionario y terrorista a Boca de Samá, llamó una prima suya que vive en Miami asustada preguntando si a su papá le había pasado algo.

“Nos enteramos que en Miami publicaron lo que les dio la gana. Cogieron el recorte del periódico Antorcha que se habían robado de mi casa, y dijeron que habían acabado con el pueblo y quemado un almacén de juguetes. Mi prima pensaba que mi papá estaba muerto, pero todo era mentira”.

“Ese hecho nos marcó para toda la vida. Cuando uno vive momentos así no se recupera nunca. Cuando se acerca la fecha del ataque siempre nos ponemos nerviosos. Pero tenemos tranquilidad. Yo siempre recuerdo que mi papá decía, recordando las proclamas que dejaron, que el gato no nos cogió dormidos, sino despiertos, y que se fue con el rabo entre las patas”.

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