Han pasado trece años y el René que fue apresado en 1998 ha cambiado. En su cara asoman las arrugas del tiempo que no perdona, en su corazón apenas cabe el anhelo por la familia y sus ideas han madurado hasta convertirse en convicción.
Sí no ha cambiado su amor a la patria y su decisión de servirla a cualquier precio. Sí no ha cambiado la certeza de su decisión cuando lo conminaron a irse a vivir adonde los grupos extremistas de Miami, para evitar acciones terroristas contra Cuba.
Sí no ha cambiado, a pesar de todo, su idea de haber hecho lo correcto desde el principio, desde que decidió convertirse en agente. Quizás le duela no haber podido hablarle antes a su esposa, decirle que no era un emigrante más y que no odiaba a Fidel ni a su Revolución.
Pero René no se arrepiente. No pasó por su mente en los 13 años de cárcel que sabía no merecía. No se arrepintió en el juicio amañado que le hicieran, ni después en el de resentencia.
René saldrá libre, pero será “supervisado” durante tres años. Vivirá en Miami, precisamente el lugar donde más lo odian, dicen ellos que por espía; cuando en verdad lo detestan por valiente, corajudo y porque no pudieron doblegarlo.
Cárcel de Marianna, donde rené estuvo preso por 13 años |
Muchas razones podría mencionar por las que René debe volver a su país en el mismo momento en que atraviese la última puerta de la cárcel injusta que lo ha recluido. Podría mencionar que es un héroe y los héroes merecen respeto; pero para quienes lo encarcelaron René es solo un espía más.
Podría decir que fue acusado injustamente, pues René no espiaba a instituciones ni a organizaciones del gobierno de los Estados Unidos, sino a locos que pretenden derribar a la que llaman “la dictadura de los Castro” a base de atentados contra personas inocentes. Pero eso no bastaría, porque la fuerza política y económica de esos grupos convence más que la razón, soborna y manipula a su antojo desde medios de comunicación hasta jueces.
Podría decir que René fue condenado a la más cruel de las condenas por los cargos por los que fue juzgado, pero eso tampoco serviría, porque es un derecho del juez y la justicia es un elástico.
Podría decir que se ensañaron contra él por su firmeza y que les molestó que no sirviera a los intereses de los grupos de extrema derecha de Miami de poner en evidencia a Cuba, destapando toda una red de agentes cubanos que operan en Estados Unidos. Pero eso tampoco serviría, porque lo que es un pase de cuentas personal, esos mismos grupos se encargaron de hacerlo ver como un problema de la justicia norteamericana ante un caso de seguridad nacional.
La mejor razón que se me ocurre por la que René debe regresar se llaman Olga, Irmita e Ivette. Sobre todo Ivette, una niña adolescente de ojazos grandes como los de su papá, pero con una mirada profunda y triste. Una muchacha marcada por una familia rota por la injusticia y las violaciones de los derechos humanos.
Si René pasa tres años más en Estados Unidos su hija Ivette se habrá hecho una jovencita, y Olga, su mamá, tendrá que lidiar sola con las rebeldías de la adolescente que es hoy. René no vio sus primeros pasitos, no pudo estar cuando aprendió a montar bicicleta, cuando empezó a escribir mamá y papá o supo que uno más uno es dos.
René no estuvo cuando a Ivette le pusieron la pañoleta azul, ni después cuando se la cambiaron por la roja. René no pudo estar su primer día de secundaria, ni está ahora para regañarla cuando se pone ropa demasiado provocativa o para celarla de los muchachos que le dan vueltas.
Por eso es Ivette la mejor razón que se me ocurre. Claro, también Olga Salanueva, la esposa que hace más de 12 años no roza, ni abraza ni ama. O Irmita, su otra hija, que tuvo que madurar antes de tiempo y esconder su dolor para que su hermanita más pequeña no la viera llorando.
Pero también está el hermano de René, que en su condición de jurista se ha hecho especialista en el caso de los Cinco; están esos padres que no descansan a pesar de sus años y el pueblo de Cuba, para quien René González Sehwerert es familia.
Si las razones de la justicia no alcanzan, entonces debemos apelar a la humanidad y al derecho humano de una familia de estar junta. Esa es hoy la única esperanza de Olga, Irmita e Ivette, cuando todos los recursos legales están agotados.
Olga Salanueva e Irma Sehwerert, esposa y madre de René, respectivamente |
Basta una firma para que puedan tener al fin una familia unida, algo tan común para muchos, y tan extraño para ellas.
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