Ojalá encuentren aquí un pedazo de Cuba, de su alma y de su gente... un poco de Matanzas, y un poco de mí

miércoles, 4 de abril de 2012

Abuelita Inés, el 4 de abril y los pioneros

Mi abuelita Inés, con 85 años
Si mi abuelita Inés hubiera nacido después de 1959 cada día de su cumpleaños hubiera tenido fiestas gratis. Pero no. Mi abuelita cumple este 4 de abril 85 años y sacando cuentas, que traspasan de un siglo a otro, ella vino al mundo en 1927.

Su niñez no fue como la mía o la de mi César. La primera historia que escuchó la pequeña Inés Isidora Naranjo Torres, apenas empezó a entender, fue la de su hermanita mayor, que había muerto antes de cumplir el añito.


“Dicen que era una niña preciosa, rolliza, de pelo negro y piel muy blanca. Todo el mundo decía que era más bonita que yo y eso que dicen que yo era linda linda cuando pequeñita”, cuenta abuelita. “No saben de qué murió, pero un día se enfermó, le dieron unas fiebres y se murió”.

Mi abuela tuvo otros cuatro hermanos, pero ella era la mayor. A cada rato me recuerda que ella creció en un bohío con piso de tierra y que a los 7 años tenía un  vestidito y un solo par de zapatos, “y eso que yo era la privilegiada por ser la única hembra”.

Fue en Cuatro Esquinas, un bateycito del municipio de Los Arabos donde vivió mi abuelita casi toda su vida. Allí se asentó su papá, el isleño Salvador Naranjo, quien había llegado huyendo del servicio militar en su natal España. Y allí mismo se enamoró de una guajirita chiquitica y resabiosa que se llamaba Prudencia y “empezaron a luchar pa´ echar pa´ lante”.

Mi abuela apenas venció la primaria, por eso escribe con una letra grande, como si todavía estuviera en primer grado. En Cuatro Esquinas había una única escuelita rural, pequeña, donde una sola maestra enseñaba todos los grados.

Dice mi abuela que como ella empezó un poco atrasada se acomplejaba, porque estaban todos los niños juntos, chiquitos y grandes. Pero recuerda con mucho cariño a su maestra, la única maestra que pudo tener, a pesar de que por su inteligencia hubiera podido llegar más lejos. 

Su papá trabajó duro y antes de casarse ya mi abuela vivía en una casa mejor, de techo de guano y paredes de tablas, pero con piso de cemento. Tenían hasta un refrigerador de luz brillante, algo que por más que ella me explica, no entiendo cómo podría ser.

Como estaba predestinado para las mujeres pobres de su época, mi abuelita Inés  se casó y tuvo hijos. El primero de enero de 1959 ella ya tenía 35 años, un hijo de 6 y un esposo superceloso y posesivo.

Por eso mi abuela no se incorporó a estudiar. Y siguió toda su vida, hasta hoy, siendo ama de casa, una opción que la eligió a ella porque, aunque nació en el día maravilloso en que todos los pioneros cubanos están de fiesta, lo hizo muchos años antes de que la justicia llegara a su patria.

Tal vez porque no pudo estudiar más es que mi abuela ha sido el holcón donde toda la familia se ha apoyado para lograr sus sueños. Por eso dijo que NO, cuando sus cuñados le sugirieron que mi papá debía dejar la carrera que había comenzado a estudiar en La Habana, cuando a mi abuelo le dio el derrame cerebral.

“Me dijeron que si yo estaba loca, que tu papá tenía que ocuparse de la finca, pero yo pensé que no podía troncharle el futuro”.  Y mi abuela terminó ocupándose ella de todo hasta que mi abuelo pudo ayudarla, y mi papá se graduó de Licenciado en Física y Astronomía en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona.

Y cuando mi tío llegó y le dijo que se iba a estudiar Ingeniería en Perforación de Petróleo para la Unión Soviética, temblando de miedo porque “qué iba a hacer un guajirito de Cuatro Esquinas en un país tan grande y lejano”, le dio toda su aprobación.

Y así ha sido mi abuela, la que siempre tiene el consejo sabio, la ama de casa que nunca se queja, la que nos cuidó a mi hermano y a mí desde antes de cumplir el añito para que mi mamá (que es casi como su hija) pudiera hacerse licenciada también.

Mi abuelita no pudo ser pionera, pero  lo ha sido a través de sus hijos, de sus nietos y ahora lo es a través de su bisnieto César. Y aunque nunca ha estado en ninguna fiesta de las tantas que se suceden en Cuba este día, Inés Isidora Naranjo Torres siente que cada celebración es un poco suya.

Mi abuelita aún sueña como si fuera una niña. Me dice que es algo que entenderé cuando me ponga más vieja si mi alma no envejece. Y cuando la veo, llena de achaques, pero soñando y haciendo planes a sus 85 años, pienso que tal vez eso tenga que ver con el día en que nació, con algo del espíritu, las energías o con esas cosas que los simples mortales no entendemos. 

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