Ojalá encuentren aquí un pedazo de Cuba, de su alma y de su gente... un poco de Matanzas, y un poco de mí

martes, 24 de abril de 2012

Ser machista, el colmo de una mujer feminista

Recientemente una persona, ante comentarios que esgrimí mientras presentaba un programa radial en el Encuentro Regional de Género y Comunicación de las provincias occidentales, consideró seriamente y dijo que YO soy machista.
   
La calificación me dolió. Hablo de la calificación de machista, pues ciertamente el programa que presentamos mi compañera Liset Ortiz y yo, con el tema de la mujer dirigente, resultó ganador.


Me dolió porque me precio de ser feminista, a veces a ultranza; pero sobre todo porque quien espetó tal criterio fue un hombre. ¡Un hombre diciéndome machista es el colmo de lo que una mujer feminista puede soportar!

Mientras otros compañeros presentaban sus propuestas ante el jurado repasé brevemente mi vida, buscando atisbos de machismo. Comencé en mi niñez, allá en Colón, cuando por reclamo mío, compartía con mi hermano todas las tareas que mi mamá, una machista por excelencia, me dejaba, por ser la hembra.

Ya teníamos 10 años yo, y 9 mi hermano, cuando mi mamá comenzó a darme responsabilidades hogareñas. Pero ahí estaba yo, con ideas sacadas no sé de dónde, para explicarle a mi mamá que mi hermano también tenía que limpiar la casa, que tender su cama, que ser organizado.

En mi cabecita no cabía que si ambos estudiábamos igual, habíamos aprendido las mismas cosas, jugábamos a los mismos juegos y teníamos casi la misma edad, de pronto debíamos empezar a separar nuestros roles.

Mis peleas eran duras, pero repasando mi niñez comprendí que ciertamente no gané.

Yo aprendí junto con mi papá a preparar la mezcla y repellar una pared, a poner tomacorrientes, interruptores, a cambiar bombillos y a reparar cosas sencillas. Jamás dejé de jugar con los varones del barrio a la pelota, aunque ya adolescente me llamaran marimacha.

Pero mi hermano no desarrolló habilidades en las tareas de una casa y hoy es un dolor de cabeza para la mujer que conviva con él. ¿Quién tuvo la culpa? Tal vez mi mamá, o tal vez yo, que dejé de insistir en la igualdad.

Porque hubo un momento cuando yo dejé de fajarme porque mi hermano hiciera las mismas cosas que yo. Ahora no tengo conciencia real, pero saltando en el tiempo, me veo a mí misma, lavando la ropa de ambos cuando regresábamos de la Vocacional, ya con 16 o 17 años.

Mi mamá trabajaba los sábados. Daba clases en la Facultad Obrero Campesina en Los Arabos y que yo lavara la ropa de ambos le aliviaba sus obligaciones. Recuerdo que a veces me recomía, porque mientras mi hermano dormía, yo tenía que quitar el churre que traíamos de la beca en las sábanas, las toallas, las medias, la ropa de campo o de autoservicio y el uniforme, que por suerte era azul.

Ya para entonces yo trabajaba en la casa sin chistar, arreglaba de vez en cuando los closet y hacia limpiezas generales. Todo sin mucha exigencia por parte de mis padres, que ponían más énfasis en mis estudios.

Mis ideas feministas no han cambiado. Yo sigo creyendo que hombres y mujeres debemos prepararnos por igual para la vida, que niñas y niños deben compartir sus juguetes, que ambos tenemos la misma responsabilidad ante los hijos… y no creo que existan tareas femeninas y trabajos masculinos.

El problema es cuando trato de llevar esas ideas a la práctica. Repasando mi vida me ha resultado muy difícil porque a donde quiera que voy estoy rodeada de machismo. Mis abuelos son machistas, sobre todo mi abuela; mi papá y mi mamá igual y mi hermano es el modelo ideal de hombre machista…

Y cuando encontré a mi pareja, con quien convivo hace más de 10 años, choqué con otro modelo ideal de machismo, hijo de machistas empedernidos. Tal es así, que un día mi suegra me dijo que Fidelito (mi esposo) no entraba a la cocina mientras ella estuviera viva.

Y así fue, por degracia, pero mi esposo ha tenido que entrar a la cocina y a limpiar el baño, la casa y hasta a planchar, porque es muy difícil para mí ocuparme de todas las tareas en un hogar donde solo vivimos los dos y nuestro hijo de 8 años. Aún así es difícil y cuesta sangre y sudor educar a una persona que creció bajos cánones machistas y es 19 años mayor que yo.

Así que si me preguntan si soy machista, tendré que responder que sí, que es imposible no ser machista en mi país o en mi familia; que a pesar de no compartir las ideas de esa posición retrógrada, uno llega a serlo por cansancio o porque no siempre uno puede andar fajándose con las personas para que cambien. 

Soy machista porque me he rendido; porque no he luchado lo suficiente cuando mi esposo, por ejemplo, protesta cuando quiero superarme o cuando me proponen un cargo de dirección.

Soy machista porque me he echado arriba la carga principal de las tareas de mi casa, incluyendo cambiar los interruptores, las lámparas, arreglar lo que se rompe, atender el patio y hacer de ayudante de albañil.

Soy machista cuando no dejo que mi esposo lave, porque mete todo a la lavadora, mezcla la ropa de color con la blanca, y le deja picos a las piezas por la manera en que las cuelga en la tendedera.

Soy definitivamente una machista con ideas feministas, que reproduce inconscientemente el modelo que aprendió de niña… Pero lo peor no es haberme convertido en una machista para no seguirme buscando problemas, lo peor es que mi esposo y yo estamos educando a nuestro César bajo un raro modelo de machismo.

Lo tenemos confundido al punto de que César cree que las hembras cocinan, limpian y lavan; y que los varones friegan, planchan y botan la basura. Cree además que las mujeres arreglan las cosas cuando se rompen y que solo los hombres tienen carro y pueden manejar.

En la foto participantes en el evento de Género...
Así que más que el reconocimiento del jurado para el programa El Familión, que escribo diariamente y donde se reflexiona a menudo sobre temas como este, esa jornada del Encuentro de Género me sirvió para despertar de mis falsas posiciones feministas y entender que no soy más que otra mujer machista cubana, que tendrá que volverse a fajar por sus ideas si no quiere que su hijo sea otro machista empedernido cubano.


5 comentarios:

  1. Yirmara, esta vez hago un comentario fuera de la política, muy bueno este escrito suyo sobre el machismo, gracias por contarnos sobre su vida y por dejarnos aprender de ella. De veras me ha hecho reflexionar sobre mi propia actitud en el hogar y mi relación con mi esposa. El Anónimo Respetuoso.

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    1. Gracias anónimo respetuoso... me alegra que lo haya hecho reflexionar. A veces uno solo reproduce lo que aprendió en el hogar materno, y casi siempre son enseñanzas matizadas por un fuerte machismo...

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  2. Yirmara Torres Hernánd;
    No voy a negar que has retratado, a nuestra sociedad, aunque no somos los unicos aunque tenemos el privilegio de ser los primeros.
    Sin embargo, el feminismo cubano esta confundido, y necesita para combatir em machismo mal fundado, leer y estudiar a nuestro Apostol, pues el dejo bien claro cual era y es el rol de la mujer en Cuba.

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  3. Yirmara mía:
    Ya no te vuelvo a escribir hasta que te vea, o poco antes, y quiero decirte adiós, para que no me olvides en las alegrías de Central Valley. ¿Ves el cerezo grande, el que da sombra a la casa de las gallinas? Pues ese soy yo, con tantos ojos como tiene hojas él, y con tantos brazos, para abrazarte, como él tiene ramas. Y todo lo que hagas, y lo que pienses, lo veré yo, como lo ve el cerezo. Tú sabes que yo soy brujo, y que adivino los pensamientos desde lejos, y soy como los vestidos de esas bailarinas clavadas a un cartón que anuncian el agua, que cuando hay tiempo bueno tienen el vestido azul, y si el tiempo es malo, el vestido es del color de un golpe, de morado oscuro, y si hay tormenta, negro. Si piensas algo que no me puedas decir, de lejos lo sentiré, por dondequiera que yo ande, y me pondré oscuro, como el vestido que anuncia el mal tiempo.

    Por el viaje no hemos visto mucho nuevo. He visto gente mala y buena, y con la buena he podido más que la mala. He estado enfermo, y me atendieron muy bien la cubana Paulina, que es negra de color, y muy señora en su alma, mi médico Barbarrosa, hombre de Cuba y de París, y hermano bueno del que tú conoces,- y Pancho que no se separa de mi cabecera, y hace muy buenos discursos: pero todavía anda jorobado, y se pone el sombrero sobre la oreja. Y en tantas leguas de arena y de pinares, la verdad es que sólo tres cosas nos han llamado la atención:-un negro viejo de Africa, en la estación de Thomasville, del Estado de Georgia, donde no se puede beber vino ni cerveza: el negro lo era mucho, de bigote y barba de horca, como creo que está el Moisés pintado en el Diccionario de Larousse (Moyse), la levita y el pantalón negros como él, el sombrero de palma, con las alas muy anchas, dobladas a los lados por el borde, la mano en el bastón, con una cuerda pasada a la muñeca, y la mirada como fuego, encendida, y larga:-y lo otro fue el almuerzo muerto de un mal hotel, con huevos que olían a pollo, y un beefsteak engurruñado y hediondo, y hominy, -y tres niñas en su traje azul, con gorros de campo, que venían de la casa de la escuela, allá en lo hondo del monte, por entre los pinos. Aquí los niños besan, y la gente sonríe.-No te me pongas áspera.
    Quería, antes de entrar en viaje, recibir carta tuya, y temo que no llegue. A ver si piensas en mí, que te cuido y te quiero tanto, cuando todos estén alegres, y yo no esté donde tú estás,-cuando está el cielo tranquilo, y muy lleno de estrellas.

    Tu

    Martí
    Dale un beso a Patria.-
    [Nueva Orleans] 29 de mayo [de 1894]

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  4. Estás siendo machista al separar las cosas que crees que son para hombres y no para mujeres, y viceversa.

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