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viernes, 8 de junio de 2012

A mi hijo no lo toca nadie. !Menos, un maestro!

Hay padres muy equivocados. Padres ciegos, sobreprotectores y engreídos, que creen que sus hijos son los mejores y que ningún maestro les puede levantar la voz más que ellos.

Tal vez sea un problema generacional, pero parece que hoy se respeta cada vez menos a la figura del maestro. No solo no los respetan igual los niños, sino que los padres les quitan autoridad.

Y esto entra en contradicción con lo que le exigen los padres a los maestros.


Saquemos una cuenta sencilla. La primera exigencia es el tiempo. El niño entra a la escuela antes de las 8 de la mañana y regresa a casa a las 4 y 20 de la tarde. Durante todo ese tiempo, si es el niño está seminternado, tiene garantizadas sus clases, almuerzo y el cuidado de maestros y asistentes.

Aplicando matemática simple, en la semana el niño pasa más tiempo en la escuela que en la casa, adonde llega a hacer las tareas, ver muñes, jugar un rato y dormir, hasta el otro día, cuando se levanta y vuelve a estar al cuidado de su maestro o maestra.

Yo les pregunto: ¿acaso dedicar tanto tiempo no les da derechos sobre sus niños?

Pero hay más exigencias. Los padres exigen que sus niños deben aprender. Y si son pequeños y tienen dificultades culpan a los maestros, porque todos los progenitores creen que sus pequeños son los más inteligentes del mundo. Pero por desgracia no es así.

La culpa siempre es del maestro y los padres olvidan la responsabilidad que tienen cuando el hijo llega a casa, de sentarse y hacer las tareas con ellos, de acercarse al maestro y saber donde tienen más dificultades y qué deben hacer para mejorar.

Pero hay padres muy ocupados, y le dejan toda la responsabilidad a la escuela. Claro, después son los primeros a la hora de reclamar.

Otra exigencia de los padres tiene que ver con el trato de los maestros hacia sus hijos. “A mi hijo no me lo toca nadie”, es la frase favorita en este sentido. Los maestros tienen que convertirse en magos para no herir sensibilidades, tragar buches amargos y soportar malcriadeces que se forjaron en la casa.

Pero cuidado con alzarle la voz a un pionero, porque aunque tengan problemas de conducta, para sus padres ciegos, son como niños de cristal.
Ellos sí tienen todos los derechos: en casa les gritan y les pegan, y están tan equivocados que creen tener la razón. Ignoran que ser padres tampoco les da derecho de pegarles a sus hijos.

A esos padres que tanto critican al maestro les pido por un momento ponerse en su lugar. Estar un solo día con 25 niños en plena edad de la peseta en un aula pequeña, con el calor habitual de esta isla y todas las cosas que a ellos se les ocurren.

Con niños que traen diferentes educaciones de sus hogares. Unos que no dejan de hablar, otros que se paran sin pedir permiso, este que molesta a la compañerita del lado, otros que se fajan por cualquier cosa; y los buenos reclamando porque los más inquietos no les dejan escuchar.

Estar una mañana en un aula de niños cubanos hoy es como para volverse loco. Por supuesto, muchos de esos maestros que están allí lo hacen por vocación, les encantan los niños y tienen un saco de paciencia para tratarlos. Pero son seres humanos.

Los maestros no pueden gritar ni pegar; no solo porque va en contra de la pedagogía o porque los padres les amenazan, sino por la simple lógica educacional, de que violencia genera violencia.

Pero un día esos maestros pueden exasperarse y los padres debemos estar dispuestos a conversar, a escuchar y a entender. Tal vez el problema viene de la casa, y el maestro es solo una víctima.

Con esto no quiero decir que no existan maestros quienes a veces se les va la mano y otros que dejan mucho que desear; pero hay que ser objetivos. Es que solo por dedicarles tiempo a nuestros hijos merecen todo el respeto del mundo.

Los padres de la generación de niños primarios de hoy deberíamos dejar de ser tan ciegos y sobreprotectores y pensar en qué les estamos enseñando a nuestros niños, cada vez que le quitamos la razón a un maestro.

Les estamos diciendo que pueden portarse mal y siempre se les va a perdonar, los estamos haciendo débiles para enfrentar la vida e inculcándoles la falta de respeto hacia los mayores.

Si se fijan bien, ya ni siquiera los niños tratan de usted al maestro. ¿Cuándo se ha visto eso?

Es necesario rescatar ese respeto por el maestro. Porque a pesar de lo deteriorada que está hoy esa profesión, el maestro es una autoridad, y su trabajo es decisivo en la formación de los niños.

Hay que dejar de quitarle la razón al maestro. No se pueden seguir perdiendo maestros valiosos por malcriadeces de padres que no educan a sus hijos en casa y pretenden que la escuela sola lo haga.

De padres que gritan y pegan a sus hijos, y no soportan que nadie más les roce; de padres que no dedican tiempo a sus hijos, pero exigen el máximo al maestro.

Tal vez muchos padres no estén de acuerdo conmigo, porque además de ciegos, son sordos cuando de sus hijos se trata. Pero piensen que los niños saben más de lo que aparentan, y que cada vez que les damos la razón frente al maestro les estamos diciendo que el maestro no vale nada.

Y eso sería lo peor que pudiera pasar. Porque el maestro para un niño debe ser la autoridad, el ejemplo y la guía. 

Padres y maestros no pueden ser enemigos, tienen que ser una unidad. Solo si se ponen de acuerdo podrán crear seres humanos mejores.

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