Los golpes te enseñan poco a poco a creer menos en las personas. Las caídas te van guiando por la vida y te muestran a base de rasponazos en el alma, que todo no es lo que parece.
Poco a poco las decepciones hacen que las personas sean más cuidadosas a la hora de elegir amistades o amores.
Las mujeres exploran con su sexto o séptimo sentido y descubren más allá de lo que perciben los ojos. A ellas se les engaña menos veces, pero con más intensidad.
Y cuando el corazón está curtido, llega alguien que de nuevo te hace caer y darte duro contra el frío pavimento de la desilusión.
Le crees, porque no vale la pena andar de descreídos por la vida; por esta vida que es tan corta y a la vez tan fugaz.
Llega alguien que te ilusiona, que te llena la cabeza de luces y el estómago de hormiguitas; alguien que te hace creer de nuevo en las personas.
Pero no, tampoco es. Y de nuevo el porrazo contra la dura verdad: casi nada es lo que parece.
Por suerte los golpes enseñan, pero no limitan la capacidad de amar. Y tampoco la de creer en las personas.
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