Ojalá encuentren aquí un pedazo de Cuba, de su alma y de su gente... un poco de Matanzas, y un poco de mí

miércoles, 30 de octubre de 2013

Adiós al triunfalismo con las fechas de terminación, pero… *



La Sala White, Matanzas,  una reparación que dura 13 años
Los habitantes de la mayor de Las Antillas pasamos de lo sublime a lo ridículo en un abrir y cerrar de ojos. Pero la sabiduría popular lo ilustra de una forma más directa y precisa: “o no llegamos, o nos pasamos”.

Con las fechas de terminación de obras ingenieriles o arquitectónicas, ya sean de nueva construcción, remodelación o reparación, los cubanos tenemos serios dilemas, que no son actuales ni achacables a nuestro sistema social, sino expresión de esa impuntualidad intrínseca y el cierto relajamiento que están presentes en muchos de nuestros actos.

¿Por qué somos así? La mayoría coincide en que el clima tiene una alta responsabilidad, y hasta aseguran que hay estudios donde se ha verificado que los habitantes de zonas tropicales somos más relajados.

Lo cierto es que no hay muchas obras constructivas en Cuba que se hayan terminado con todas las de la ley, antes o en la fecha prevista. En cada barrio, batey, pueblo o ciudad hay leyendas de obras finalizadas, en el mejor de los casos, minutos antes de su inauguración.

Hay historias peores: de locales inaugurados con bombos y platillos sin haberse terminado, de algunos donde se cortó la cinta de apertura en varias ocasiones sin que nunca se concluyeran totalmente, y otros que a los seis meses estaban nuevamente desbaratados por la mala calidad en su reparación.

En los últimos años la mala planificación y el descontrol, unido al desvío de recursos; en este caso de materiales de construcción, pinturas, artículos de plomería y otros productos altamente codiciados en el mercado negro, daban al traste con tan penosa situación.

Pero si algo incidía notablemente en la mala terminación de las obras era el triunfalismo con que se establecía el cronograma de trabajo y la fecha de conclusión, que casi siempre se hacía coincidir con alguna conmemoración histórica.

A alguien sentado detrás de un buró se le ocurría, con un noble propósito político, una fecha de terminación, y sin consultar con inversionistas, ingenieros o arquitectos, sin un análisis consensuado, la daba por cierta y la informaba a todos los interesados, en una lógica a la inversa, imposible de entender.

Esta era, por supuesto, una mala práctica, alejada de todo realismo. Hubo épocas en que todas las obras se debían terminar de modo maratónico para dos o tres días en el año, y los ejecutores debían correr para concluirlas a toda costa; aunque fueran metas totalmente irrealizables.

A río revuelto había más ganancia para los pescadores, que se aprovechaban para desviar más, porque lo importante era el momento de la inauguración y no la obra en sí. Hubo locales gastronómicos, por ejemplo, que se repararon tres o cuatro años seguidos, mientras otros más importantes desde el punto de vista social o patrimonial, y necesitados de intervenciones serias, seguían sin conseguir atención.

Por suerte es una experiencia que ha quedado atrás como regla, aunque a veces persistan en mantenerla algunos que no entienden la nueva dinámica que se quiere imprimir al proceso inversionista en el país, con la planificación como base de cualquier decisión económica.

A raíz de los Lineamientos de la Política Económica y Social de Partido y la Revolución se establecen cambios en la política inversionista, que se orientan a la organización, a la racionalidad y al control y destierran la improvisación y el triunfalismo.

Pero como los cubanos vamos a los extremos, resulta que se ha puesto de moda en esto de las obras, otra práctica casi tan nociva como la de hacer coincidir las fechas de terminación con conmemoraciones: la de no establecer el momento de conclusión (aunque sí esté en papeles), y dejar su término abierto “para cuando la situación lo permita”.  

Y si peligrosos son los maratones, más lo son las imprecisiones. Las inversiones precisan de cronogramas, donde se establezca el avance por etapas, con un estudio realista de los suministros de acuerdo a los costos del mercado y en las cuales, al concluir, se vaya garantizando la calidad requerida.

Cuando una inversión se aletarga se puede echar a perder lo que se avanza, se pueden incrementar los gastos por el encarecimiento de  materias primas o la tecnología, sin contar con otros riesgos como el descontrol y la desmotivación que se produce en quienes la ejecutan.

En cuestiones de inversiones (no podemos jugar con el poco dinero que tenemos) debemos ser eficientes y eficaces; tratar de sobreponernos a esa forma de asumir los proyectos con dejadez, y si no podemos caer nuevamente en la moda de las fechas de conclusión triunfalistas, que a veces sí funcionaban como incentivos desde el punto de vista simbólico, tampoco podemos dejarlas tan abiertas, que a veces parezca que nunca se van a terminar. 

Muchas obras sociales como policlínicos, hospitales, escuelas, instituciones culturales y casas de familias, a las cuales se destina una parte importante del presupuesto nacional al cual aportamos todos los que trabajamos, son reparadas hoy en Cuba. Como meta alcanzable, sus plazos de terminación deben establecerse y darse a conocer oportunamente de acuerdo a su interés social y económico.

Sino simplemente estaríamos dando la razón también en esto de establecer o no los términos para obras ingenieriles o arquitectónicas, a quienes afirman que los cubanos, “no llegamos o nos pasamos”. 

* Trabajo publicado originalmente en Radio COCO

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