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miércoles, 15 de enero de 2014

El lenguaje burocrático de la inacción

Hay un lenguaje que indica inacción y aletargamiento. Es el lenguaje de la burocracia, del cual se apropian no más se acomodan tras el buró, los burócratas.

"Se está analizando", "se está estudiando", "nos estamos reuniendo", "se está chequeando", "se está trabajando" o "está por definirse" son solo pequeñas muestras del inmenso arsenal de frases que denotan imprecisión, desconocimiento y modorra.

Son frases que si se estudian en profundidad casi siempre son impersonales, pues contienen el –se-, sin un sujeto definido que realice la acción; y en el mejor de los casos usan el plural de modestia, ese “nosotros” que suena a nadie.

Las frases de la burocracia terminan inteligentemente con un gerundio. Los gerundios no les comprometen, porque indican una acción extendida en el tiempo, una gestión, ¡qué conveniente!, con fechas de inicio y conclusión imprecisas.

Pero eso no es todo. Si echamos una ojeada superficial a los verbos que usan regularmente, encontraremos los más propios del ámbito burocrático: analizar, estudiar, tratar de definir, reunir, chequear, informar, firmar…

Casi no hay en todo el parque con que cuenta ese lenguaje una forma verbal en pasado, que hable de cumplir o terminar. Está prácticamente ausente además la primera persona del compromiso y ni hablar de incluir en su discurso el NO, de “ahora no se puede” o “no se ha hecho”, que indicaría al menos transparencia.

Hay un ámbito de la realidad donde solo se habla en este lenguaje. Y es que la burocracia vive en un mundo paralelo al real, donde esto está acomodado, donde se avanza por inercia, donde existen reglas inviolables y quien no se adapte o trate de cambiarlo, perece.

A veces el lenguaje de la burocracia llega a las mayorías, cuando desde los medios o desde el barrio a los burócratas les exigen respuestas. Entonces ellos sacan lo mejor de su cosecha, con sus –iendos- y –andos- que ni ellos mismo se creen.

Lo peor del lenguaje de la inacción y el aletargamiento es la facilidad con que se contrae; se contagia de estar tanto tiempo sentado tras un buró, elaborando informes insípidos, asistiendo a reuniones infructuosas, dejándose llevar por la maquinaria demoledora de la burocracia.

Tiene ese lenguaje hasta su propia cadencia, que suena falsa y lejana, como mensaje calculado, para mantener quizás un puesto, un cargo, un teléfono celular, un carro o un simple buró, a veces carcomido por comejenes; o para no buscarse problemas.

Mientras más pequeño el cerebro del burócrata más rápido se adaptará y creará las defensas que le permitan sobrevivir en un medio de simulaciones. Adquirirá así el lenguaje propio del ambiente, efectivo no solo para salir de atolladeros con los subordinados, sino con los superiores.

Un lenguaje ideal que le servirá para salir airoso sin jamás hacer nada, porque siempre está haciendo un informe, se está reuniendo o está chequeando, aunque lo que precise su empresa o el país es que trabaje, que dialogue, que impulse o que baje a la base para empaparse con los problemas. 

Y así estas formas verbales compuestas mandan en el mundo de la burocracia, desde donde sin hacer y saber, a vece se toman decisiones importantes que nos involucran a todos. 

El lenguaje de la burocracia es objetivo, existe fuera y independientemente de nuestra conciencia. Nos inunda, nos corroe, nos amarga, nos frustra, nos congela, nos decepciona y está de más en la Cuba del futuro.

Pero si malo es que exista, peor es que lo aceptemos, que nos convirtamos en sus cómplices y dejemos que tanta gente siga diciendo que hace, mintiendo y simulando, mientras otros trabajan y construyen.

- Comparto esta historia de la burocracia de una colega periodista. Está para chuparse los dedos: Burocracia

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