Cuando tenía 11 años entré por primera vez a Radio Llanura de Colón, a
la misma casita estrecha de dos plantas que ocupa todavía, pero que
entonces me parecía inmensa.
Alguien de la emisora había ido a mi escuela primaria a hacer
captaciones para un Círculo de Interés de Radio Difusión y me anoté, más
por embullo que por otra cosa.
Luego nos hicieron unas pruebas de lectura y quedé entre los
seleccionados para aquella aventura, que fue más que un círculo de
interés, un impulso verdadero a mi vocación.
Así un día desperté siendo locutora del programa pioneril Niñito
Cubano junto a Yarilys y Leybin, quienes fueron además mis compañeras de
travesuras durante los tres o cuatro años que duramos allí.
Norayda Crespo Galindo fue nuestra primera instructora. Si no
recuerdo mal, ella era la directora y escritora del programa infantil, y
la impulsora en Llanura de ese sueño maravilloso de vincular niños a la
radio.
La primera vez que entré a grabar las manos me sudaban a mares. Al
principio nos equivocábamos mucho y había que volver para atrás, y
volver y volver. Solo hoy soy capaz de valorar el saco de paciencia que
tenían quienes trabajaban con nosotros.
Entonces no habían en Llanura las condiciones que existen hoy. No se
habían construido los estudios nuevos y sus trabajadores eran como magos
que organizaban el tiempo en vivo y de grabaciones para que todo
encajara.
Amado Amador era el director, pero siempre lo vimos más como un
padre. Cuando uno es niño le teme a la autoridad de las personas
mayores. Pero Amado inspiraba otra cosa; inspiraba ternura. Su bondad,
la suavidad en sus maneras y la forma en que todos lo querían hacía que
nosotros también lo quisiéramos.
Amado nos regañaba a veces, porque corríamos y gritábamos. Éramos
niños sueltos en una emisora de radio donde el silencio debía
prevalecer. Pero ni eso hacía que le temiéramos.
Un día, quizás nadie lo recuerde, uno de nosotros tocó algo en el
control maestro y la emisora salió del aire por unos segundos. Desde
aquel momento regularon nuestra entrada allí cuando hubiera programas en
vivo.
Recuerdo que como niños curiosos al fin nos gustaba entrar al baño a
revisar los objetos perdidos que la gente entregaba en la emisora. En un
rincón del baño había zapatos de niños de todos los colores, llaves y
carnets. Aquellas cosas eran como un tesoro escondido para nosotros.
Pero los mejores momentos eran las Exposiciones municipales de
Círculos de Interés, en el Palacio de Pioneros, que ocupaba un edificio
cercano, en uno de los extremos frente al Parque de la Libertad.
Allí montábamos una Radio Base y exponíamos nuestras habilidades
frente al numeroso público que acudía cada tarde. Hacíamos un programita
que incluía nuestra locución, números musicales y las entrevistas que
hacía la periodista (que no era yo).
Por aquellos años los trabajadores de la emisora tenían un uniforme
que incluía una guayabera azul claro, y en un gesto de desprendimiento
nos las prestaban cuando llegaban las exposiciones.
Como yo era de las más espigadas me tocaba la guayabera de Alminda,
la fonotecaria, otra persona maravillosa que nos acogió con amor. Con
aquel atuendo nos sentíamos seres grandes e importantes.
Nosotros con
aquella edad nos codeábamos con Justino el periodista y con Tony,
Amarilys y Humberto, los locutores…
Varias veces fuimos reconocidos en aquellas exposiciones, que eran
como una fiesta para todo el pueblo, pues asistían no solo niños y
adolescentes, sino los padres, y terminaban con un bailable.
A Norita, como le decíamos cariñosamente a Noraida Crespo, le sucedió
como instructora Gladis Méndez, otro ángel que nos mandaron para hacer
mejores nuestros días en Llanura. Gladis era chiquitica y bonita y nos
entendía a la perfección. ¡Qué más podíamos querer!
Ya en séptimo u octavo grado me había cambiado un poco la voz y dejé
de hacer Niñito Cubano. Entonces comencé a grabar un programa para
adolescentes, Cita Estudiantil, hasta que me fui a estudiar a la
Vocacional Carlos Marx y me desligué de la emisora.
A cada rato pasaba por el frente y sentía la nostalgia de los años
infantiles. Luego me fui a estudiar Periodismo a La Habana y cada vez
iba menos a Colón.
Cuando regresé a Radio Llanura de Colón de nuevo ya era periodista,
recién había comenzado a trabajar en el periódico Girón y me tocó
reportar los destrozos del huracán Michelle, que dejó a la emisora fuera
del aire por unos días.
Aquella información, que anunciaba el regreso de Llanura, fue una de
mis primeras y apareció publicada en un boletín que hizo la editora
Girón en noviembre de 2001. El titular era Cuando Llanura regresa a
Colón o algo similar.
Luego, cuando la emisora cumplía 30 años, me enviaron a hacer el
reportaje por aquella celebración. Pasé un día entero haciendo
entrevistas, sobre todo a Amado Amador, quien era entonces el director
que más años llevaba en activo como cuadro en la radio cubana.
Ya Clovis (Ortega) estaba al frente del periódico y aquel reportaje
nunca apareció publicado, lo cual me pareció una injusticia, no conmigo,
sino con el colectivo de la emisora. La edición se dedicó a la
emulación por el 26 de julio y el trabajo sobre Llanura quedó en una
gaveta donde debe haber enmohecido.
Luego he vuelto muchas veces a Radio Llanura de Colón como miembro
del ejecutivo provincial de la UPEC. Cuando entro tengo la sensación de
que soy aquella misma niña pecosa, gordita y pelilarga que quedó
encantada con la radio para siempre.
Ahora la escalera, los estudios y las oficinas me parecen más
pequeños. En mis años de universidad hice prácticas en Radio Rebelde y
luego vine a trabajar a Radio 26, dos emisoras que ocupan edificios
grandes con estudios inmensos.
Sin embargo, no hay en todo el sistema nacional de radio para mi otra
emisora como Llanura de Colón. Es verdad que ya cumple 40 años, pero en
mis recuerdos sigue siendo la misma de siempre, un lugarcito pequeño,
lleno de calor humano y de talento, que se renueva cada día.
Cada vez que la emisora gana un premio o alguien habla bien de ella
en mi presencia, siento un orgullo especial. Y cuando tengo que poner un
buen ejemplo, siempre la menciono.
Nunca volví a Colón para trabajar en Llanura. Quizás debí hacerlo
cuando me gradué, para pagar la deuda inmensa que tengo con la emisora.
Sin embargo recién acabo de tutorear dos tesis de grado relacionadas
con ese medio local, que ojalá sirvan para algo. Y allí, en ese lugar
que nunca ocupé, están Tania, Wendy y Marlevys, mis estudiantes de
periodismo (Tania lleva un año ya y las otras dos comienzan en
septiembre), quienes hacen que aunque sea un poquito, yo pague mi deuda
con Radio Llanura de Colón.
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