Cuando se habla de vanguardias enseguida se piensa en personas que no solo cumplen, sino que sobresalen por la constancia y calidad de su trabajo.
Vanguardia no es cualquiera. Vanguardia es integral, es el trabajador ideal, que es ejemplo, que brilla... Vanguardia es al que todos quieren parecerse.
Pero en la dinámica diaria de la casa, los niños, la comida, la escuela, el transporte, los trámites… apenas reparamos en todos los vanguardias anónimos que nos rodean. Esos que garantizan que este país funcione, que avance…
Y no hablo de los vanguardias nacionales, provinciales o de centro (cuya labor y prestigio reconozco), sino me refiero a esos vanguardias que quizá nadie ha alabado nunca, que cumplen silenciosos su tarea, para suerte nuestra.
Hablo, por ejemplo, de las amas de casa, esas vanguardias de siempre, que a veces parecen invisibles, y sin las que nada funcionaría; ellas que se echan sobre sí todo el peso del mundo y no reciben ni un centavo por ello.
Hablo también de los trabajadores de comunales, esos seres humanos a los que no conocemos por sus nombres, y a veces ni reparamos en sus caras, pero que en difíciles condiciones tratan de limpiar cada ciudad.
Hablo de los panaderos, de los bodegueros, de los trabajadores del ECIL, de los vendedores de las placitas (ahora tan bien surtidas); un personal de los servicios cuyo empeño es imprescindible para la familia.
Hablo de los maestros que no emigraron hacia otras profesiones de más remuneración y de los jubilados que regresaron para brindar su experiencia a las nuevas generaciones.
Hablo de los médicos y las enfermeras que están en los hospitales de Cuba, en los consultorios, en los policlínicos, en lugares de difícil acceso; doblando la guardia, haciendo más operaciones de las que se puede en un día, velando por la salud de los cubanos. Hablo de los innovadores que ahorran dinero a este país, de los científicos que encuentran vacunas, de los que estudian nuevas maneras de obtener energía eléctrica.
Hablo de quien reparte el periódico y no pierde su buen carácter a pesar de la bicicleta y las lomas; de la recepcionista que te ayuda como si fueras su familia en vez de desorientarte; de la tendera que atiende igual al cliente con dinero y al que va con los kilos contados.
Hay muchos vanguardias así. Vanguardias anónimos que no han perdido la ternura. Que desde su puesto de trabajo hacen que todo sea más agradable, que los problemas diarios parezcan pequeños.
Hablo de esos vanguardias que nos hacen sentirnos orgullosos de ser cubanos. De los que casi nunca se vanaglorian, de los que no quieren presentarse a competencias porque con el agradecimiento de la gente les basta.
Esos son los vanguardias de todos los días, los anónimos e imprescindibles, sin los que no funcionaría esta obra grande que se llama Revolución.
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