Ojalá encuentren aquí un pedazo de Cuba, de su alma y de su gente... un poco de Matanzas, y un poco de mí

viernes, 24 de septiembre de 2010

Aquellas fiestas del Comité

Mi hermano y yo en aquella época

Tenía 10 años cuando con mis padres y mi hermano me mudé para Colón. Era un barrio nuevo de biplantas todas iguales y apenas habíamos unos pocos vecinos, pues la mayoría de las casas estaban en construcción.

Quizás porque escoba nueva barre bien, las relaciones entre los pocos vecinos que convivíamos eran extraordinarias. Si había que hacer algo todos ayudaban, se prestaban las herramientas, los niños veían las aventuras donde había televisor y los pocos que tenían refrigerador lo brindaban sinceramente a los demás.

Pero lo que más recuerdo de aquellos años son las tremendas fiestas del Comité que preparaba Dinorah.


Dinorah era mi vecina de los altos. Profesora de psicología de la Formadora de Maestros de Colón era una líder natural, capaz de involucrar a todos en cualquier actividad. Responsable y divertida, fue elegida por unanimidad desde su constitución como la presidenta del primer Comité de Defensa de la Revolución que tuvo el hoy conocido como barrio El Jardín, de Colón.

Los días previos al 27 de septiembre eran una revolución en el barrio entero. No importaba si había llovido y la calle sin pavimentar se llenaba de charcos. Todos los vecinos sacaban sus macetas con plantas de arecas. Sobre todo Castellanos, el viejito florero de la casona vieja de la esquina, que siempre aportaba una veintena de vasijas con flores ornamentales.

Todas se ponían en la línea imaginaria que dividía la calle en dos. Los niños hacíamos cadenetas con el papel que tuviéramos a mano, y pegolín inventado, porque ya escaseaba en aquella época, y luego entre todos las colgábamos de casa a casa hasta que la cuadra parecía en pleno carnaval. Hacíamos carteles, se sacaban banderas cubanas y del 26 de julio y se ponían pencas de cocoteros o de palmas reales en las columnas de los portales.

Emilio era el encargado de la caldosa. Después que las mujeres pelaban las viandas y las especias, el pasaba el día dándole vueltas al cucharón, poniendo a punto el cubanísimo caldo que era una bendición cuando la cerveza empezaba a hacer efecto ya en la noche.

La cerveza se echaba en uno o dos tanques de 55 galones, con sendas piedras de hielo, que la ponían “tan fría que partía”, según decían mis vecinos, porque yo no soñaba con probar una. Y la música se ponía en lo que hubiera a mano. Recuerdo la grabadora que trajo el chino, el esposo de Dinorah de Angola, o la reproductora de cintas que trajo mi tío Juancito de la Unión Soviética, con sus dos bocinas enormes.

Y lo más divertido de todo era que los 8 o diez niños que vivíamos entonces allí éramos los protagonistas de aquella fiesta. Todo comenzaba el día de la guardia pioneril, cuando nos sentíamos importantes, deteniendo a todos los carros que entraban al barrio para preguntarles sus datos y coger el número de la chapa.

Seguía con el ornamento de la calle y las casas, y terminaba con la preparación de la actividad artística, que nos era encargada en su totalidad. Las muchachitas que vivíamos entonces allí preparábamos una tabla gimnástica, cuyos ensayos eran tan divertidos y nos unían tanto que aún hoy cuando nos encontramos las rememoramos.

Hacíamos otras cosas: alguno recitaba, otro cantaba, a veces me tocaba escribir un comunicado, o simplemente hacíamos una coreografía que divertía y hacía sentir orgullosos a nuestros mayores.

Aquellas fiestas de Dinorah eran de todos. No había familia que faltara, y venían todos: ancianos, adultos, jóvenes, adolescentes y niños.  Éramos como una familia grande que esperaba cada 28 de septiembre como el día más divertido del años entero.

Por tres o cuatro años todo se mantuvo así, pero después creció el número de vecinos. Las tres o cuatro manzanas se dividieron en varios CDR y las fiestas se enfriaron un poco. Nosotros crecimos, nos fuimos a estudiar a Matanzas o La Habana y por varios años no hubo niños para ayudar a Dinorah.

Ella después fue delegada de Circunscripción y secretaria del Consejo de la Administración del Poder Popular en Colón. Pero hace unos años vive en Cárdenas. Por muchas razones las fiestas del barrio ya no son iguales.

Ahora yo vivo en Matanzas. En mi cuadra se hacen fiestas, y no son malas, pero jamás tendrán el sentido que tenían aquellas de mi infancia y de mi barrio. Y no es que la añoranza y el recuerdo de la niñez las hagan mejores, es que eran insuperables. Porque aquellas de Dinorah sí eran fiestas del Comité.  

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