Ojalá encuentren aquí un pedazo de Cuba, de su alma y de su gente... un poco de Matanzas, y un poco de mí

miércoles, 16 de marzo de 2011

La crónica que no le escribí a Herácleo

De izquierda a derecha: Herácleo, yo, Yosvany y Norge
Las palabras me vuelven loca cuando no las puedo expresar. Se me cuelan en la cabeza, y compongo en mi mente crónicas y más crónicas. Desde el viernes último he soñado muchos comienzos y finales, he buscado las palabras exactas, y no he podido.

¡Encontraron a Herácleo muerto en su casa!, todavía me parecen increíbles las palabras de Idania al otro lado del teléfono. ¡Lleva más de 24 horas muerto! ¡Hay que enterrarlo rápido!, me diría luego con urgencia Víctor. ¡Su hermana está tirada por el piso, pero no se puede hacer otra cosa!

Eran las 7 de la noche del viernes 12 de marzo. Todo el día lo habíamos estado llamando aquí y allá para saber de dónde saldrían las guaguas para Playa Girón, donde celebraríamos el lunes el Día de la Prensa Cubana.

Pero como él nunca se estaba quieto en ninguna parte, entraba como un duende, decía lo que tenía que decir, y seguía, porque siempre tenía otra cosa que hacer; nadie se preocupó mucho.  ¡Hasta la tarde!, cuando su hermana, con quien vivía, dijo que Herácleo no había ido a dormir la noche antes.

Entonces Jorgito entró a su casita de la calle Milanés, a donde solo iba de vez en cuando a descansar o a leer, y lo encontró tirado, muerto. 

¿Cómo puede morir así, tan de repente, alguien con tanta energía, con tanta vida, con tantos planes? ¿Alguien con un corazón tan grande, con esa alma rebosante de bondad que hacía que todos lo quisieran?

Aparentemente un infarto cerebral se lo llevó cuando tenía mil problemas por resolver, bien difíciles, como le gustaban a él; para poder seguir fajado con la vida, luchando con la verdad, como fue su existencia entera.

¡Qué rápida nos pareció aquella ínfima hora que pudimos acompañarlo corriendo en la funeraria! ¡Qué urgente el adiós, qué triste el entierro en la noche a la luz de los autos!

Pero aún así llegaron muchos amigos, flores y la bandera cubana para cubrir la caja cerrada que contenía el flaquísimo cuerpo que fue siempre Herácleo.

Hubo dolor, llanto sincero, silencios largos, lamentos, y esa cosa de no querer creerlo. Dudo que ninguno de los que lo acompañamos hasta su última morada, ni aquellos que no llegaron a tiempo pero lo querían igual,  haya dormido esa noche triste en que enterramos a Herácleo.

Yo no pude escribir la crónica. Apenas me alcanzó el sábado para redactar la triste nota de su partida que saldría en los noticieros de Radio 26, y contestar las llamadas de todas partes preguntando, queriendo saber.

Después vendría la preparación del acto por el Día de la Prensa Cubana en Matanzas, en la casa de la UPEC; un día, que por decisión unánime dedicamos a Herácleo Lazco, el presidente de todos. Unidos, cada cual queriendo aportar al homenaje.

Y nadie pensó que “el viejo”, como le decíamos a veces, nos jodió la fiesta. Quienes lo queríamos no teníamos cabida para otro pensamiento que no fuera su muerte, ni para otro sentimiento que no fuera el dolor.

De Herácleo podrán decir bien poco en negativo. Tal vez que nunca logró escribir el gran artículo, ni hacer el gran reportaje; que era mejor reportero que redactor y que su voz no era la mejor. Pero jamás que no amaba al periodismo, que no sentía y sufría como tal, ni que le faltaba olfato y sensibilidad.

Pero sobre todo habrá que recordarlo siempre como el revolucionario que fue, desde que siendo un chiquillo se enfrentaba a la tiranía de Batista, armaba revueltas y ponía bombas. Habrá que recordar que por rebelde estuvo preso entonces, y que cuando otros más fuertes y vigorosos flaquearon, el escuálido muchachito aguantó.

Habrá que recordarlo siempre servicial, amistoso, dispuesto a compartir. Habrá que recordarlo con la frente siempre en alto, digno, honesto. Habrá que recordarlo irreverente en esa juventud que nunca quiso abandonar con el paso del tiempo; ingenuo y puro a veces, casi como un niño.

Una de las últimas veces que lo vi Herácleo habló claramente del futuro de Cuba, de lo que pensaba del reordenamiento económico, y tuve la certeza de que a pesar de los años seguía siendo el mismo revolucionario de siempre, limpio y cabal, como cuando empezó sus luchas antes del 59.

Muchos en Matanzas que tal vez no estaban tan cerca de él lo recordarán como el viejito flacucho que tenía un carro asignado y andaba a pie, y que por las tardes terminaba en el parque de la Libertad de su ciudad de Matanzas, conversando con otros tan o más viejos que él.

Y a lo mejor alguien les explique que esos “viejos”, entre los cuales estaba el incansable Herácleo, andaban arriesgando sus vidas cuando ninguno de nosotros pensaba nacer. Que esos viejos han echado su vida para que Cuba sea un país mejor.

Herácleo se fue, y nunca le dije cuánto lo admiraba. Siento que no lo ayudé lo necesario o que no estuve todas las veces. Pero es que a él le gustaba acaparar el trabajo. Eso lo hacía sentirse más vivo, más importante.

Ya Herácleo no me llamará más, ni me volverá loca con sus enredos. Ya no me pedirá que escriba otro discurso o un guión; ya no me repetirá diez veces lo mismo. ¡Ya no hará ninguna de esas cosas que nunca imaginé poder extrañar!

Nunca le dije que yo no voté por él cuando lo eligieron para ser presidente de la Unión de Periodistas de Cuba en Matanzas en 2008, y que no lo hice porque lo quería, porque pensaba que era demasiado trabajo para él a sus casi 70 años.

E hice bien en no decirlo, porque él fue feliz siendo presidente de la UPEC, y porque después me tocó acompañarlo de cerca en esa tarea. Tal vez nunca me lo hubiera perdonado; ¡o sí, porque con él la verdad no “tenía tema”!

Daría cualquier cosa por tener ahora un poco de esa energía interior que a Herácleo le sobraba o al menos, una pizca de su altruismo. Daría lo que fuera por verlo llegar corriendo a la UPEC, queriendo compartir su almuerzo, su café…

Tal vez mi crónica llegue a destiempo, desordenada de punta a cabo, pero tenía que escribirla, para que Herácleo pueda leerla ahora que todavía anda entre nosotros, fresco, vivo gracias al amor que le profesamos.

- Matanzas dice adiós al presidente de sus periodistas (+Fotos)

5 comentarios:

  1. Hermosa crónica, yirmi, hermosa y tristísima. No lo conocí,pero siento que lo has retratado.
    Daynet

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  2. Tienes razón, Daynet... fue un ser humano de los que no abundan. Su único defecto era saber todos los chismes de todas las personalidades de Matanzas y un poco más allá. Pero eso le sirvió muchas veces para dar palos periodísticos. Era amigo de sus amigos, vecino e íntimo amigo de Carilda Oliver...

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  3. Yailenys Ramírez Torres17 de marzo de 2011, 21:42

    Profe:en el transcurso de mis tres años como estudiante de Periodismo he aprendido que se pueden escribir crónicas muy bonitas, pero aquellas que nos erizan la piel y hacen que las lágrimas broten de nuestros ojos, son hermosas porque están escritas con sentimientos verdaderos.
    No pude evitar sentir esas dos sensaciones, las que mencionaba anteriormente, cuando leía su crónica, y me parecía estar viendo a Herácleo con la intranquilidad y la alegría que lo caracterizaban, porque usted supo dibujarlo con palabras.
    Yo no tuve el privilegio de intimar mucho con Herácleo, pero recuerdo su preocupación constante por los estudiantes de Periodismo,él nos llamaba "su relevo".Recordaré siempre sus consejos y su sencillez.Estoy segura de que todos lo extrañaremos mucho, porque personas tan magníficas como lo fue él, existen pocas en este mundo.
    Gracias por regalarnos una crónica tan bella.

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  4. Hay profe,que puedo escribir yo si todavia no puedo ni mover los dedos!!!Era un hombre excepcional,un periodista incansable y la persona mas optimista que he conocido.
    Quizas mi comentario sea tardío pero mi tristeza aun aflora.

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  5. A las dos, gracias por los comentarios... apenas tengo tiempo de entrar al blog...

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Por favor... comentarios maduros, inteligentes y respetuosos...