Ojalá encuentren aquí un pedazo de Cuba, de su alma y de su gente... un poco de Matanzas, y un poco de mí

martes, 17 de mayo de 2011

Añoranza por el campo

La familia de mi abuelo: abuela, papi, tío, hermano y mi hijo
Yo crecí en el campo y quisiera morir en el campo. A veces me siento como el animal en cautiverio que sacaron de la selva, y que solo espera el momento oportuno para escapar y volver a su estado natural.

Los mejores años de mi vida transcurrieron en el campo, en una casa de tablas de palma y techo de cartón negro, donde no había lujos, pero si libertad y aire puro.


Era la finca de mi abuelo Juan, con dos arboledas repletas de todas las frutas que se dan en Cuba, un cañaveral, un platanal, un potrero, sembrados de todo tipo y una cerca de piña de ratón.

Mi hermano y yo jugábamos libres, subíamos matas de mango, improvisábamos hamacas con una soga colgando de las mejores ramas, nos bañábamos en las zanjas, y nos hacíamos zapatones de fango.

Teníamos puercos, gallinas, chivos, vacas y el caballo Tondique, que sabía el camino de regreso a casa de memoria, y le era fiel a mi abuelo, como el mejor de sus amigos.

La vida entonces no era complicada. Tal vez porque era muy niña, pero también porque no tenía televisor, solo libros para hacer volar mi imaginación, y un radio VEF, donde mi abuela y yo escuchábamos todas las novelas de Radio Progreso. 

No había refrigerador, solo el agua fresca del pozo que estaba a 10 metros de la casa, y que nunca se secaba, porque mi abuelo lo hizo más profundo que todos los otros de Cuatro Esquinas.

Había entonces armonía en mi familia, aunque la casa no alcanzaba, aunque yo dormía en la sala, en la camita de mi tío que estudiaba en la Unión Soviética y mi hermano en la cuna hasta los 9 años.

Mi abuelo ya tenía su lado derecho paralizado, pero trabajaba así en el campo y la comida no faltaba. Siempre había arroz, maíz, manteca de puerco fresca y gorditos listos para comer.

Cuando queríamos pollo, abuelita salía, escogía una pollona, le retorcía el pescuezo y la freía bien, como nos gustaba entonces. Y para hacer mermelada bastaba con recorrer las matas de guayaba, ayudar a pelarlas y esperar un poquito.

Abuelo nos sacaba a caballo hasta la carretera cuando empezamos la escuela para que no nos ensuciáramos los zapatos. Y hasta el cuarto grado los viajes hasta Los Arabos eran una aventura diaria.

Tenía 10 años cuando me fui del campo para vivir en una casa mejor, pero con un patiecito donde no cabía ni una mata de mango. A los 15 vine a estudiar a Matanzas, a la Vocacional Carlos Marx, “porque era la mejor opción”, y después para La Universidad de La Habana, a estudiar periodismo.

Siempre me he sentido rara y fuera de lugar, a pesar de que mi manera de ser extrovertida me ha ayudado a rebasar todos los cambios. Y no puedo negar que los años en La Habana fueron buenos y llenos de aprendizajes.

Pero lo que verdaderamente me gustaría es irme a vivir al campo, a una finca como la mi abuelo, donde mi hijo pudiera crecer libre y donde aprendiera a amar las cosas sencillas de la vida.

A un lugar donde hubiera menos casas pegadas una al lado de la otra, donde no hubiera calles ni hollín, donde la llegada de un auto fuera un acontecimiento.

A un lugar donde la gente se sentara en el portal a coger aire y hacer cuentos después de la comida, donde se comiera menos pan y se tomara menos refresco con gas.

Me gustaría irme a un lugar en el campo donde simplemente pudiera vivir.

3 comentarios:

  1. Qué linda familia! Te felicito por ser tan especial y talentosa,
    guajira de tierra adentro. Yo no nací en el campo, pero me hubiera
    gustado. Soy un guajiro frustrado porque me gustan la agricultura y la
    ganadería. Saludos a la familia. Roberto, tu fan número uno

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  2. ño que envidia que me ha dado la descripcion de tu infancia..yo tuve algo asi algunos dias de mi infancia y es loq ue mas quisiera para mi hija. Esa enfangadera en los arroyos y ver a los guajacones ahi mismo, bajo tus pies!!!

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  3. Gracias, profe... He tenido buenos maestros. Usted es uno de ellos. Pero mis mejores maestros han sido ese campo y mis abuelos paternos... que por suerte todavía viven... igual que yo, deseando volver al campo...

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