Entre actitud y aptitud hay mucha más distancia que un simple cambio de letra. Juntas actitud y aptitud pueden elevar a una persona sobre sus iguales, y ser la fuente creadora de grandes obras.
Pero actitud y aptitud definen dos modos completamente diferentes de asumir y llevar la vida. La aptitud se tiene y se desarrolla con el tiempo pero la actitud es totalmente construida, está condicionada por el medio y como toda creación humana puede ser falseada.
La aptitud engloba en sí misma a la capacidad, el talento, el conocimiento, y aunque incide en el entorno inmediato, es una cualidad que crece hacia adentro de la persona; que tiene que ver, incluso con la genética o el coeficiente intelectual.
La aptitud no se elige, como se eligen la ropa, los zapatos o al novio; lo más que puede pasar es que se desarrolle si se crean las condiciones adecuadas.
Mientras, la actitud es el comportamiento o la manera con que se enfrenta la vida y cada una de las situaciones que en ella se presentan. La actitud constituye una decisión personal, se aprende en familia, y se va formando a través de los años.
Es la manera en que cada cual se expresa en su relación con el entorno, y puede ser variable. La actitud está condicionada por cada momento, pero sobre todo por los valores aprendidos.
La aptitud es casi absoluta: se tiene o no se tiene; pero la actitud es más subjetiva, puede ser positiva o negativa y se transforma en el tiempo.
La aptitud por sí sola puede ser inútil, porque el talento también necesita moldearse, canalizarse, elevarse... Pero cuando se ligan a una actitud positiva, las aptitudes alcanzan niveles asombrosos.
La actitud por sí sola tampoco llega a buen puerto. Se pueden tener las mejores intenciones, que sin aptitud jamás llegarán a lado alguno.
La necesidad de una u otra es relativa. Hay momentos en que la actitud vale más que nada, pero generalmente solo funcionan a plenitud cuando van unidas.
Entre actitud y aptitud solo media el cambio de una c por una p, y a veces cuando se pronuncian mal, hasta se confunden. Pero a nivel real, actitud y aptitud no se pueden trocar, porque potenciar más una cuando se necesita la otra puede tener resultados desastrosos.
Entre las dos, sin discriminar a quienes no la tienen, siempre es mejor premiar la aptitud. Es que la actitud se puede potenciar, pero la aptitud hay que tenerla.
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