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martes, 14 de febrero de 2012

Lo difícil de amar después

Amar desde la niñez, la adolescencia o el enamoramiento ciego es fácil. Al principio basta con corresponder a la entrega de mamá, a sus caricias, a sus sacrificios.

Más tarde, cuando crecen el bigote y los senos, basta con dejarse llevar por las hormonas y el instinto; basta con probar el primer beso o desvestirse para perder la virginidad, entre miedos y sorpresas.

Amar es fácil siempre en los inicios. Inexplicable, el enamoramiento ciega, entorpece y crea adicción. Algo se trastoca, nadie sabe si en el corazón, el cerebro o el estómago, y el amor se establece.


Al inicio el amor llega disfrazado de pasión y no se piensa; porque el amor no es compatible con la razón entonces. Pero si sobrevive a la prueba del tiempo, el amor se torna más difícil.

Entonces ya no basta con amar desenfrenadamente, con besarse como locos o entregar la vida en cada orgasmo; con el tiempo el amor exige más.

Pide el amor después un poco de amistad y de cariño; y exige, a riesgo de morir sino se le da, paciencia, comprensión y entrega. 

El amor se pone difícil cuando madura, cuando tiene que enfrentarse a las exigencias de la llegada de un hijo, a la rutina de la casa, el trabajo y la familia y a la dura convivencia, que desgasta y estresa.

Cuando sobrepasa estas pruebas parece que el amor murió, aunque los amantes sigan juntos. Ya no hay locuras a medianoche y la piel no se eriza igual.

Pero si nos fijamos bien, es entonces cuando el amor se hace verdadero. Ya no está afuera, sino bien adentro. Cuando el amor madura, los ojos, las manos y los pensamientos de los amantes se hacen uno solo.

Solo después de pasar las pruebas de la vida, el amor se instaura, eso sí lo saben todos, en el corazón, el cerebro, el estómago, la sangre y la piel.

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