Ojalá encuentren aquí un pedazo de Cuba, de su alma y de su gente... un poco de Matanzas, y un poco de mí

viernes, 13 de diciembre de 2013

Las lecciones de Silvio en sus giras por los barrios (+ Video de los Muñequitos de Matanzas)

- Reflexiones a partir de sus últimas presentaciones en Indaya y La Marina, en Matanzas

Silvio Rodríguez anda como el enanito de su historia, reparando sueños entre los cubanos, haciendo revolución desde los barrios más humildes, dando lecciones en cada presentación.

El trovador llegó a su concierto por los barrios número 52,  aunque él prefiere no hablar de cantidades, sino de calidades. Este diciembre lo trajo a Matanzas. Desembarcó en la ciudad que nombran como La Atenas de Cuba o la de los Puentes.

El primer destino fue Indaya; el segundo, La Marina. El primero en la periferia de la ciudad, el segundo en el mismo corazón de la tricentenaria urbe.

Indaya conformado originalmente por emigrantes de la zona oriental de Cuba, La Marina habitada desde el siglo 19 por humildes trabajadores negros. Ambos, barrios humildes a la vera de ríos: Indaya bordeando el Canímar; La Marina bordeando el Yumurí. Los dos con el cartel y las condiciones reales de la marginalidad.

Silvio viene a los barrios a cantar a la gente de los barrios. Pero siempre llegan los intrusos, los que no tienen otro lugar adónde ir para verlo; los que irían al fin del mundo para escuchar a Silvio en vivo. Y todos notan que no son de allí, pero no importa, porque todos somos cubanos.

Dos intrusas coladas en Indaya: Maritza Tejera, periodista y la autora...
Yo soy una intrusa, pero para eso, y para ser chismosa y mentirosa, dice mi abuelo que estudié.

Silvio no se molesta. Que vengan a estos barrios es lo que él quiere. Que se fijen en estos barrios, que todos sepan que esta también es Cuba. A veces una Cuba más verdadera, porque en esos sitios está la gente que más cree en Cuba, que más espera de Cuba y de la Revolución.

Indaya, que es en realidad oficialmente la finca El Fundador, me asombra cuando voy entrando. No venía desde que pasó el ciclón Michele en el año 2001 y ahora parece otra cosa. Hay casas enormes y hermosas que chocan con otras que parece que no soportan un día más y se van a caer con el primer vientecito. En algún momento Indaya fue un “llegaypon”, pero ahora es como Cuba, un lugar de fuertes contrastes. Ubicado en las afueras de la ciudad, es un asentamiento afectado por la falta de urbanización y de servicios vitales. 

Al final de Indaya, bajando por la única calle decente, planta Silvio su concierto. Llegó con sus muchachos, su tarima, su audio, sus luces, sus tiendas y su bandera. La bandera cubana enorme como única escenografía. Y las luces bien brillantes para iluminar la noche. Aunque la luz no hace falta porque la noche se ilumina con sus canciones; que no son canciones, sino poesía hecha música.


Y sus audífonos, que han venido a sustituir aquella mano en la oreja de todas las presentaciones. Aquella mano que era su sello personal y la forma que encontró el afinadísimo cantautor para tener la referencia de lo que cantaba cuando en Cuba no había audífonos. La mano en la oreja que extrañamos los que crecimos escuchándolo. “¡Ojalá se le rompieran para verlo de nuevo como antes!”, me susurra una amiga al oído.

Pero sí mueve la cabeza igual, al ritmo de la melodía. Y canta con la misma dulzura, y disfruta igual. Es el mismo Silvio que recordamos, aunque más maduro. Un Silvio que se presenta con arreglos musicales más logrados, y uno se pierde cuando trata de entonar las canciones como las aprendió, porque ahora tienen otro ritmo. “Las vacila más”, me dice alguien del público. 

En sus giras ya Silvio no es el trovador solo con la guitarra. Quiere que otros vayan con él y regalen su arte. Llegó a Matanzas con acompañantes de talla extra. La gente del barrio no los conoce, pero son Oliver Valdés, Jorge Aragón, Emilio Vega y Jorge Reyes, de los mejores de Cuba en lo que hacen.

Desembarcan con Silvio, accesibles, tocando para la gente que solo tienen que pagar con la presencia y el aplauso. Les basta con eso, y estar con Silvio Rodríguez, que es Silvio Rodríguez en Cuba y en el mundo.

Silvio no es el trovador solo con la guitarra, pero si uno se fija bien lo sigue siendo. Silvio siempre será canción y guitarra.

Hasta una plantica eléctrica, por si se va la luz, dicen que lleva Silvio. Todo para no molestar a la gente, aunque “Silvio no molesta, ¡qué va!”, me dicen los vecinos.  Pero él quiere venir a dar y no a que le den, como acostumbran a hacer algunos visitantes. Él quiere dejar y no llevarse, si acaso el cariño y el agradecimiento.

Y el concierto comienza justo a las seis de la tarde, aunque a esa hora haya poca gente. Pero siguen llegando, como en un río de personas que bajan la loma para ver la novedad. ¡Qué cosa más extraña que Silvio Rodríguez venga a cantarnos, si aquí no viene nadie!

Llegan con los niños, como si fueran a una fiesta, porque es una fiesta. “Hay que ir, porque quizás pasen años para que volvamos a tener otro momento así. Todos los días no hay un artista que se acuerde de la gente humilde, que cante gratis y no haya que pagar 10 cuc para ir a verlo, sin contar el transporte que está malo”. 

Dicen que Silvio es extraño. Debe serlo cuando hace estas cosas. Cuando en vez de engrosar sus bolsillos con las ganancias que le daría ir a cantar a las grandes plazas de Cuba, que también lo anhelan, se echa al lomo todo el gasto que implica venir adonde nadie viene, a hacer presentaciones por las que seguro Cultura no le pagaría un kilo. Me imagino que muchos burócratas piensan que Silvio está medio loco.

Pero qué bueno que Silvio esté loco y que sea un poco extraño. Y que siga siendo el mismo Silvio que anda a contracorriente. El mismo Silvio contestatario, que huye de la burocracia y la critica. El Silvio que cree que ser cubano es mucho más que vivir en Cuba, y ser revolucionario más que tener un carné de una organización.

Silvio no me ha dicho nada de esto. A veces huye de la prensa cuando la prensa se pone un poco pesada y oficialista. Y yo en definitiva voy a verlo cantar y no a estar cayéndole atrás. Entiendo que cuando viene a los barrios, Silvio no quiere ser protagonista, sino solo el pretexto para que se hable de la gente de esos barrios.

Silvio no me tiene que decir nada. Sé que sigue siendo el mismo de cuando comenzó a hacer trova. A los hombres se les conoce por su obra. Su obra son sus canciones y en ellas Silvio lo dice todo. Con más años, libras, canas y ahora un bigote un poco picú, pero es el mismo Silvio. 

No abre él, sino dos invitados de Matanzas, Lien y Rey, jóvenes trovadores. Tremendo compromiso abrir un concierto de Silvio. Apenas los oyen. Pero no es que la gente no quiera oírlos, es que esperan a Silvio. Y llega con la Gota de Rocío, y después regala Reparador de Sueños y Balada para Elpidio Valdés. Siempre hay muchos niños que no se están quietos, pero reconocen las canciones, y al menos mientras duran esas dos, dejan de corretear.

Alguien del público le pide El Necio. “No, esa la van a cantar quienes lo hacen mejor que yo”, explica Silvio. Se refiere a Los Muñequitos de Matanzas, renombrada agrupación rumbera nacida en el barrio de La Marina, premio Granmy de la Música Latina, y quienes son sus invitados especiales en La Atenas de Cuba.

Siguieron otros temas como Los días del agua. “Hace poco lo canté y llovió”, jaranea, mientras mira al cielo, por suerte despejado. Entre lo mejor del repertorio comparte Tu soledad me abriga la garganta, hermosa canción que nos recuerda “lo simple que suena la esperanza”.

Y complace con Óleo de una mujer con sombrero, y Ojalá. “Ojala pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve”, corea un grupito de personas.

Este no es un público de trova, me comenta una “silviomaníaca”, a quien se le han salido las lágrimas. ¿Te fijaste que los jóvenes no se saben sus canciones? Claro que no, desgraciadamente son un público de reguetón. Pero si Silvio quisiera que le corearan sus canciones iría a la Plazoleta del Tenis y lo promocionaría bastante para que fuera la gente que sigue a la trova, le digo. 

Después llega Rey Montalvo, otro joven cantautor matancero, quien próximamente estrenará su primer disco Lares, producido por los Estudios Ojalá bajo el sello Colibrí. Rey, entre nervioso y orgulloso, solo atina a decir que es un lujo estar allí. Él mismo introduce a Los Muñequitos de Matanzas, con quienes comparte su tema El Casimiro: “porque nunca un domingo, supo sonar la campana”.

Y después lo más llamativo de la noche, como había anunciado Silvio, El Necio en versión de los Muñequitos. ¡Qué alto y fuerte, qué contundente el “yo me muero como viví” a ritmo de tambor! Cómo nos hubiera gustado a los intrusos que Silvio la cantara con ellos. Pero no, Silvio prefirió escuchar su obra magnificada por la magia de la auténtica rumba cubana. Y quedó extasiado, recostado a la tarima, mientras Los Muñequitos se explayaban. ¡Debe ser hermoso ver tu obra interpretada por otros!


El concierto terminó temprano. Dos horas bastan, para que la gente no se canse. La próxima parada era La Marina y había que apurarse para desmontar y montar en tiempo récord, apenas unas horas. Silvio siempre habla de la gente que hace posible que la gira por los barrios siga caminando, y destaca a quienes cargan y arman y desarman.

Temprano comenzó el movimiento en La Marina. El concierto estaba previsto para el domingo, pero como en Cuba se decretó Duelo Nacional por el fallecimiento de Nelson Mandela, hubo que adelantar la cita con los “marineros” para el sábado. En la esquina de Daoiz y Matanzas, justo frente a las ruinas del antiguo bar El Gallo, donde nacieran los Muñequitos, Silvio y su gente montaron la misma tarima.

Fue el mismo programa, pero ahora en otro escenario, con otro público, venido desde todas partes de Matanzas. Gentes en los balcones, sillas en las azoteas y público por toda la calle Daoiz hasta bien atrás. Allí estaban los vecinos de La Marina, pero también Ethiel Faílde, el joven tataranieto del creador del danzón; Lourdes Fernández, la maestra de música y su esposo, el artista de la plástica Sergio Roque, todos confundidos entre la marea de gente.

Podemos hacer una asamblea de la Unión de Periodistas de Cuba aquí, me dijo Yosvany Albelo, el presidente de esa organización en Matanzas, quien andaba con su camarita de tres por kilo, como la mía, tirando fotos. Es que aquello estaba minado de colegas que solo fueron a disfrutar, a ser testigos de la ocasión. “Estas son cosas que uno no se debe perder”, nos aconsejó con la sabiduría que le dan los años, Maritza Tejera.

Y qué bien por los que fueron. Los Muñequitos se lucieron en su patio. Parecían iluminados. “Pa´ Silvio Flores y pa´ Matanzas también” cantaron, y agradecieron al maestro la oportunidad de compartir escenario con él.

Silvio estuvo en Matanzas. Mucha gente no se enteró y otros no fueron a verlo porque no les gustan La Marina, ni Indaya. ¿Y por qué canta en esos barrios?, se preguntan incrédulos los elitistas que han olvidado sus raíces.

Silvio canta allí porque quiere llamar la atención, no sobre él, sino sobre esos lugares, sobre la marginalidad, sobre la importancia de reconocer al ser humano por encima de regionalismos absurdos, de posición social o nivel cultural.

Silvio no entra por la canalita de las influencias o del compadreo. No quiere mucha publicidad, ni lo hace para tenerla. Quiere que vaya la gente del barrio, prefiere la convocatoria libre y la espontaneidad. Dona libros para las escuelas e invita a artistas de la localidad.

Es simple, Silvio quiere darle a Cuba, lo que Cuba le ha dado. Ha hecho dinero con su música y quiere compartirla mientras le queden fuerzas. La gira por los barrios no es la única forma, pero sí la más popular.

¿Qué lecciones deja Silvio? Están explícitas y son para todos. Para los artistas, que aunque tienen que vivir de su arte, deben dejar de privilegiar la mentalidad mercantilista. La música no puede servir solo para hacer dinero, en Cuba tiene que servir para mejorar la sociedad.

Para los gobernantes, que hay que mirar hacia todos lados. Hay que pensar en la gente y preocuparse por sus necesidades. Hay que ir hasta la base, hasta el pueblo y encontrar el tesoro infinito que guardan los cubanos más humildes.

Para la prensa, que lo feo, lo atrasado, lo marginal, lo que no nos gusta mostrar, también es Cuba.

Silvio es Silvio y él puede, dicen algunos para minimizar su gira por los barrios. Pero hay otros tantos que pueden y no lo hacen. Su lección más importante es: si Silvio puede hacer esto por Cuba, todos deberíamos hacer nuestra parte también, sin tanto protocolo ni tanta lentitud, con rapidez y transparencia, como se hacen las revoluciones.

Vea aquí a los Muñequitos de Matanzas interpretando El Necio, de Silvio Rodríguez, en La Marina




2 comentarios:

  1. Silvio, grande.. mi muy temprana juventud la pasé a lado de su música.

    Gracias,
    Jacob

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  2. Enorme Silvio... sus canciones son una guía para ser mejores... yo también crecí con su música.

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