Buscar la noticia puede ser para cualquier periodista un dolor de cabeza porque todos los días no hay noticia, porque la noticia no está en todas partes, e incluso cuando está es difícil desentrañarla.
En la academia nos enseñan que noticia es que un hombre muerda a un perro. Los periodistas publicamos todos los días informaciones donde damos cuenta de perros que muerden a hombres; pero eso, nos dicen los maestros, no es noticia.
En Cuba no hay evidencias de que un hombre haya mordido a un perro, pero sí tenemos en la historia de nuestro periodismo un perro que habló.
Hace unos meses, en un encuentro con profesionales de la prensa en su función de miembro de la presidencia nacional de la Unión de Periodistas de Cuba, la colega Arleen Rodríguez Derivet reflexionaba entorno a la noticia de su vida: la del perro que habla.
Arleen era entonces corresponsal del diario Juventud Rebelde en su natal Guantánamo y corría el mes de agosto. En agosto es muy difícil hacer periodismo porque casi todas las fuentes se van de vacaciones y el orden de cosas se relaja un poco, ¡o demasiado!
Ella se había demorado haciendo un reportaje de investigación sobre Astronomía, no lo podría entregar a tiempo e incumpliría con la norma de trabajos para el mes que le imponía el jefe de corresponsales, que era de 30.
Reunida con un grupo de amigos les pide que le den una noticia, que tenía que escribir algo urgente. Entonces alguien le comenta que si no había escuchado del perro que hablaba.
Tras algunas indagaciones Arleen fue a ver al perro que no hablaba en realidad pero parecía que lo hacía y escribió, fina sensibilidad por medio, la pequeña historia que pensó no tomarían en serio.
La nota salió un domingo y el lunes toda Cuba comentaba sobre el perro que hablaba en Guantánamo; la llamaban y le decían que había dado tremendo palo periodístico.
Y aunque suene contradictorio, para una periodista que había escrito reportajes incómodos sobre temas cruciales con un alto impacto, que le habían costado tiempo y sacrificio, el éxito por una nota tan pequeña, imagino, era frustrante.
“Hoy todavía muchos me reconocen por uno de los trabajos que menos crédito merece”, comentó Arleen, quien después fue subdirectora y directora de Juventud Rebelde y desde hace años funge como moderadora del espacio La Mesa Redonda.
El perro que habla de Arleen es algo así como nuestra versión cubana del hombre que muerde al perro; una historia excepcional de esas que no se encuentran todos los días, o mejor, que nos buscamos o no vemos.
El perro que habla nos deja una enseñanza más allá de la propia noticia, porque si lo pensamos bien, en todas partes hay un perro que habla, incluso en una aburrida reunión, en la entrega de una medalla y hasta en un soso informe.
Es difícil, lo sé; pero la esencia del periodismo está en hacer que el perro hable aunque no hable, como hizo Arleen. Nuestra gente está cansada de escuchar que los hombres hablan.
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