Uno siempre piensa que lo vio o lo escuchó todo y que ya no es posible ser testigo de una bajeza peor, pero siempre la vida nos sorprende lanzándonos un jarro de excrementos a la cara.
Pero, ¿por qué echarle la culpa a la vida? si son las suciedades humanas las protagonistas de esta historia. No, no me equivoqué; escribí bien suciedades y no sociedades, aunque ambas palabras se parecen y tienen por igual 10 letras físicas y 7 del alfabeto.
En las sociedades las personas viven y trabajan, siempre con contradicciones y conflictos. Pero las suciedades humanas están perennemente en la mierda, alimentándose de la ponzoña, la frustración, la cobardía y la envidia.
Hay momentos históricos cuando por determinadas causas, las suciedades humanas tienen un pico en su nacimiento y desarrollo. Las crisis, los conflictos y las guerras son el ambiente en el que mejor se reproducen.
Las suciedades humanas pueden estar compuestas por uno o varios individuos. Cuando se juntan en grupo pueden ser muy peligrosas, porque engullen todo cuanto tienen alrededor, sumiendo a su entorno inmediato en la oscuridad y la putrefacción.
De lejos las suciedades humanas apenas apestan, porque disimulan el hedor a podrido con el perfume de las sonrisas falsas, de la alcahuetería barata o la lisonja fingida.
En las suciedades humanas uno nunca termina de conocer a la gente, porque casi todos caminan con dos caras: una para los momentos fáciles y otra para cuando las cosas se ponen duras; una para quienes mandan y otra para iguales o subordinados.
En las suciedades humanas no se trabaja; se inventa, se “embaraja”, se pierde el tiempo, se pelotea, se cometen injusticias, se difama, se denigra y se le hace el juego a la burocracia.
En las suciedades humanas mandan, ¿quiénes más podrían mandar? personas mediocres y de mala entraña, que se atraen las unas a las otras como protones y electrones en el núcleo de cualquier sustancia.
En medio de las suciedades humanas solo hay dos opciones: o entras en ellas, te embarras y le sigues el juego a la doble moral; o te sales y te comen, lo mismo por medio del aplastamiento que de la más absoluta ignorancia.
Cuando uno anda por la vida sin cinturón de seguridad y choca de frente con una suciedad humana uno podría decepcionarse o deprimirse, pero no vale la pena, porque, ¿qué más puede esperar uno de la basura que tristemente nos rodea?
El único consuelo que uno tiene es pensar que no se le puede pedir a la mierda otra cosa que no sea mierda. Tampoco es sano sentir odio, ese sentimiento tan destructivo, que siempre termina yendo en contra de quienes lo sienten.
Además, hay personas tan mierdas, que hasta la mierda podría sentirse ofendida. Y siento tanto asco, que perdonen, no puedo seguir escribiendo, voy a vomitar…
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