Seis de los Chamaquilis... |
Pero no es este dúo armónico de autor e ilustrador lo que hacen especial a Chamaquili, un volumen que entrega en esta Feria del Libro 2014 su octava propuesta: ¿Qué me cuentas, Chamaquili?
Chamaquili es especial porque logra captar la esencia del ser niño, porque usa y juega con el lenguaje propio de las edades tempranas; con las costumbres, las explicaciones y los sueños infantiles. Encanta porque son libros sencillos, llenos de ingenuidades, de esas lógicas simples que solo saben hallar los niños, antes de crecer y comenzar a complicarse la vida.
Chamaquili logra una empatía increíble con los pequeños que se ven reflejados en cada historia, en esa sensatez asombrosa con que ellos entienden todo. A los jóvenes les traslada a sus años de travesuras infantiles, y a quienes somos padres nos hace, quizás, reconocer en Chamaquili a nuestros propios hijos.
Chamaquili, es el retrato de un niño que va creciendo y descubriendo el mundo de entrega en entrega; pero es también la fascinación de un padre que disfruta cada momento del crecimiento de su pequeño, como quizás no lo hizo con sus otros hijos.
Alexys Díaz Pimienta ha dicho: “el único mérito que tengo es haber captado esa poesía de mi hijo Alejandro, y plasmarla en un papel. Y luego convencer a Jorge Oliver de que le diera imagen y color a esos poemas que Alejandro hacía y que yo convertía en palabras”.
Y dice bien porque su mérito verdadero es precisamente haber logrado escribir cada uno de los Chamaquilis, no como un mediador consciente que perfecciona las palabras e ideas de su hijo, pasándolos por el filtro de la adultez, sino bajando a la altura de un niño.
Chamaquili Chamaquili, el primer libro de la colección es el más entrañable de todos, porque son los primeros añitos del niño, cuando aprende a hablar, a decir mamá y papá y los padres sienten celos porque aprendió primero a llamarle a uno o a otro. Entonces Chamaquili lo resuelve inteligentemente diciendo “mapá” o “pamá”, una ingeniosa solución ante la cual no nos queda más remedio que rendirnos y querer a Chamaquili.
Buenos días, Chamaquili; Chamaquili y la lámpara luna y Chamaquili en el cuarto de baño, son libros igual de íntimos, que nos muestran al niño en su evolución lógica, descubriendo el entorno que le rodea; no un niño perfecto, pero sí el niño que todos quisiéramos ser o tener.
Chamaquili en La Habana, Chamaquili en Almería y Chamaquili vuelve a La Habana, son entregas de un Chamaquili más grandecito, pero aún pequeño; un libro donde se habla de la familia, de encuentros y desencuentros, de la emigración, de un niño que no entiende que distancias y economías puedan ser más fuertes que el amor.
Chamaquili nos devela, en definitiva, secretos de la infancia que todos vivimos o conocimos, y a veces olvidamos o ya no entendemos, y eso lo hace un libro cercano. Es un texto que nos abre las puertas a una familia que puede ser cualquier familia, con los mismos problemas y las mismas alegrías; un libro que habla y enseña valores que a veces parecen olvidados.
Un libro sobre las primera palabras de un niño, sus primeros pasos, sus porqués; sobre la caída del primer diente o el descubrimiento de la luna; sobre los amigos y los parientes; sobre viajar y ser poeta; sobre malcriadeces y necesidades; un libro sobre la niñez con todos sus matices.
Durante años muchos chamáquilofilos empedernidos que tuvimos la suerte de describir y enamorarnos de aquel primer Chamaquili Chamaquili, hemos perseguido cada uno de los volúmenes, no con afán coleccionador, sino para descubrir qué nueva ocurrencia tendrán Chamaquili y su papá.
Fue mi colega y amiga Amarilys Ribot quien lo trajo a casa, de regalo para mi hijo César tras una de sus incursiones por una Feria del Libro hace varios años. Chamaquili y sus papás* fue el primer poemita que aprendió mi niño, cuando no levantaba una cuarta del suelo.
Después los he ido consiguiendo con más o menos suerte en cada Feria (solo me falta Chamaquili en el cuarto de baño). Ya más grandecito César comenzó a preguntarse y preguntarme quién era Chamaquili, cómo se llamaba en realidad, si era verdad que decía esas cosas y por qué su papá escribía todo lo que el hacía o decía.
Y es que César es también un Chamaquili, como puede ser un Ismaelillo, un Principito o cualquiera de esos niños que padres (o amigos) poetas o escritores han convertido en libros.
En una reciente entrevista, que comparto con ustedes al finalizar estas líneas caóticas, Alexis Díaz Pimienta comenta que Chamaquili dejó de crecer al ritmo de su hijo Alejandro, quien ya tiene 12 años y que ahora lo construye a partir de otras historias de otros niños.
No sé qué opinarán otros chamáquilofilos, pero a mí me gustaría que Chamaquili siguiera creciendo y se convirtiera en adolescente junto a Alejandro, con todas las maravillas y los descubrimientos que implica la adolescencia.
Es un legítimo derecho del autor proyectar Chamaquili como pretende; pero corre el riesgo entonces Alexis Díaz-Pimienta de perder la esencia de Chamaquili, que ha sido sin dudas pintar con palabras las realidades del crecimiento de su hijo como lo va sintiendo en su propia piel de padre.
Las historias no salen igual cuando se viven que cuando alguien nos las cuenta. Sé, nadie me lo tiene que decir, que también se escriben leyendas maravillosas a partir de la imaginación. Pero el principal valor de Chamaquili es la sinceridad que se transpira en cada verso.
Quizás si no puede seguir creciendo sea hora de terminar Chamaquili, so pena de que pierda su esencia, porque dejará de ser la fascinación del padre escritor por su hijo.
De todas maneras cada Chamaquili por sí solo quedará detenido en el tiempo, para suerte de los niños de mañana, que ojalá lo sigan encontrando en sucesivas re-ediciones, que espero nunca falten, porque Chamaquili, como Ismaelillo o El Principito, siempre le harán falta a los niños cubanos.
Breve entrevista, donde Alexis Díaz-Pimienta compartió con las colegas Mónica Rivero y Ladyrene Pérez (de Cubadebate), un poco de la historia de sus Chamaquilis
¿Cómo se te ocurrió crear este personaje?
No se me ocurrió. Realmente nació. Nació porque nació mi hijo Alejandro –a quien yo le digo Chamaquili desde que era chiquitico– y comenzó a hablar, a sorprenderse, a preguntar y tener ocurrencias para explicarse la vida, a tener su óptica. Yo lo único que hice fue no permitir que se llevara el viento esas preguntas, esa ingenuidad, ese asombro; que lamentablemente la mayoría de los padres dejamos ir o lo comentamos en el chascarrillo de las comidas o con los abuelos: “Mira lo que dijo el niño o la niña”. Pero pasan los años y ese niño o niña crece, y eso queda como anécdota trivial que no trasciende.
Yo he evitado que esas frases –que la mayoría esconde una gran carga poética– se las llevara el viento. Él decía sus ocurrencias y sus dudas y asombros en prosa, y yo las convertía en estrofas clásicas, en redondilla, en pareados, en estrofas polimétricas… Curiosamente –yo no me había dado cuenta y hace poco un periodista me lo hizo saber– en ningún libro de Chamaquili hay una décima. Hay un paseo por las formas estróficas tradicionales y clásicas de la poesía española, pero respetando la tradición de la literatura para niños, que casi siempre es de arte menor, de estrofas pentasilábicas, tetrasilábicas, cuartetas, pero nunca estrofas tan barrocas y tan complejas como la décima.
¿Por qué vale conservar ese testimonio de la óptica infantil? ¿Qué hay de trágico en que se pierda?
La infancia es un estado de ánimo. Y yo creo que si todos creciéramos y fuéramos capaces de mantener ese estado de ánimo del asombro continuo, del preguntar continuo, del desenfado, del decir lo que se piensa…, seríamos mejores seres humanos.
Con Chamaquili pretendo decir que todos pasamos por ahí y tuvimos esas dudas, esas preguntas. Me sorprende mucho que los padres son los que más disfrutan Chamaquili, porque se reconocen a sí mismo cuando eran niños, cuando eran Chamaquili.
El mundo contemporáneo está sobrado de mala madurez, terminamos pudriéndonos en vez de madurar realmente. Y esto puede ayudar un poquito a que ese niño que decía Chaplin que había que mantener vivo y despierto dentro de uno aunque tuviera cien años, se mantenga preguntando, asombrándose, se mantenga reinterpretando el mundo. No quiero caer en tópicos ni en retórica, pero muchas de las cosas que pasan en el mundo actual se deben a que la gente se pone demasiado seria demasiado temprano.
Hay un gran filósofo holandés del siglo XIX y principios del XX, Johan Huizinga, que tiene uno de los libros más espectaculares a nivel de ensayística inteligente. Se llama El hommo ludens, y en él se cuestiona por qué el ser humano pierde la capacidad de jugar, por qué nos ponemos los pantalones largos en lugar de seguir con los cortos.
Esta poesía creo que lo que hace es ponerles a los padres otra vez los pantalones cortos, a las madres darles una cuerda de saltar: “Vamos a seguir jugando, vamos a reinterpretar la vida desde la que eres, la que fuiste y no debiste dejar de ser”.
¿En nueve años, ha crecido Chamaquili?
Este es el octavo libro, debió salir el año pasado y no lo hizo por problemas de imprenta. Chamaquili el original, mi hijo, ha crecido, pero el personaje del libro no. Esa fue una discusión a nivel teórico y creativo con la editorial porque querían que Chamaquili creciera con las entregas del libro, y dije que no, porque le estaríamos cortando la vida al personaje, convirtiéndolo en una persona real cuando es un personaje de ficción.
Alejandro ahora tiene 12 años, ya no tiene la misma capacidad de asombro, de pregunta, de ocurrencia que cuando tenía 4 o 5 años. Entonces Chamaquili es un niño, como Mafalda, eterno en el tiempo, con una edad comprendida entre los 3 y los 7 años. Yo lo quiero mantener ahí y lo voy a mantener ahí durante todo el tiempo que pueda.
La mayoría de los poemas de los últimos libros están inspirados en vivencias de otros Chamaquili, de madres y padres que me dicen: “Mira lo que dijo mi hijo”, yo lo convierto y después le dedico el poema a ese niño. En los últimos libros he incorporado también vivencias de mis hijos mayores, ocurrencias de mis sobrinos, de los hijos de mis amigos…
De esa manera Chamaquili es un personaje eterno. El año que viene se va a publicar El gran libro de Chamaquili, donde los niños serán los que van a escoger los poemas para hacer una gran antología, de 80 poemas. Esa será la primera gran participación de los niños como lectores, como receptores del libro entrando dentro del libro.
Y lo siguiente va a ser –que ya lo he hecho con muchos– que los padres, los maestros y los propios niños me van a mandar a mí sus ocurrencias, sus dudas, sus preguntas, y esa prosa las convierto en verso.
Es una manera de mantener ese espíritu infantil vivo en los demás niños. Siempre he dicho que Chamaquili es Alejandro, pero es también María, Irene, Mónica, José, Pablo… Todos los niños que hayan tenido esa edad y esa capacidad de asombro ante la realidad y de pregunta y de duda.
* Chamaquili y sus papás
A veces digo mamá
y como que sabe a poco.
A veces sigo papá
y no me lleno tampoco.
Entonces digo “pamá”
y las dos palabras toco,
o se me escapa “pamá”
y finjo que me equivoco.
Cuando estas juntos “ma” y “pa”
¡qué importa que venga El Coco!
Consulte en este link la página Oficial de Alexis Díaz-Pimienta: http://www.diazpimienta.com
Qué emocionante, Yirmara, tus palabras, tus apreciaciones. Muchas gracias en mi nombre y en el de Chamaquili (mi hijo Alejandro), y en el de cada Chamaquili que él representa. Un abrazo grande, chamaquilero, emocionado.
ResponderEliminar