Hay libros que caben en un bolsillo y libros que te desfondan el bolsillo, o al menos, te lo dejan bastante maltrecho.
Cuando los ecos de la Feria del Libro recién concluida aún desandan Cuba, muchos cubanos nos dolemos de no haber podido adquirir todos los textos que queríamos.
Uno da vueltas por los stands y descubre uno tras otros libros que quisiera tener. Este, aquel, el de más allá… los coges en la mano… pero después aparece ese que estaba perdido y cuando te das cuenta ya no te alcanza el dinero.
Entonces con un dolorcito en la boca del estómago como quien se desprende de algo querido o como el niño a quien niegan un juguete o un helado, tienes que volver a dejar este y aquel porque solo cuentas con tanto para gastar.
Hay quienes ni siquiera se atreven a dar vuelta alguna; van directo a los libros que quieren y se retiran rápido para no sufrir. Se aplican al refrán de que “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Es que los precios de los libros compiten de forma desleal con el nivel adquisitivo del cubano medio. Y no porque los importes sean escandalosamente altos o estén en desacuerdo con el costo de los productos que habitualmente consumimos los cubanos.
No, qué va, son precios que cualquiera percibiría módicos, si el salario medio en Cuba no fuera de un poco más de 400 pesos.
Las cuentas son fáciles. Un cubano que gana, supongamos en el mejor de los casos 20 pesos diarios, compra 5 libros de 20 pesos para él y le quedan 400 para el resto de los gastos del mes.
Si se le ocurre gastar otros cien pesos en, digamos, 10 libritos para los niños de la casa porque ellos siempre tienen la prioridad, van quedando 300. Por más que se aprieten en la familia las cuentas no dan.
Hagamos un cálculo sencillo a partir del mismo ejemplo. Si él gasta 20 pesos en un libro (y son varios los que tienen este costo) estaría gastando su salario de un día. ¿Qué lógica tiene esto?
Ninguna, como tampoco hay lógica en que un litro y medio de yogurt cueste 15 o 20 pesos. Pero el yogurt es el desayuno de los niños y un libro solo alimenta el espíritu.
Dolorosa conclusión que muchos estamos obligados a sacar, porque las urgencias de la alimentación nos aprietan el zapato y entre comer y leer, hay que comer primero.
Tengo amigos que no pueden vivir sin un buen libro en su mesita de noche y tristemente no salen a la Feria. Este año no puedo, pero después el otro tampoco puede… y así muchos llevan algunas ferias sin comprar un libro.
Si al paisaje descrito sumamos que la Feria del Libro en Cuba antecede, coincide o ronda el Día de los Enamorados, una fecha que nadie pasa por alto, el panorama se pone peor.
Siempre hay recursos como ahorrar para la feria todo el año, pero no siempre la estrechez deja guardar dinero y años tras año a la mayoría de los cubanos la llamada con toda justeza “fiesta de la literatura” nos sorprende “más pelaos que una tusa”.
Y duele tener que dejar pasar la Feria del Libro, que es la mejor oportunidad que tenemos los amantes de la lectura en este país para conseguir alguna novedad o ese clásico que falta en nuestra biblioteca.
Porque ni soñar con las ofertas de libros en cuc de las tiendas de ARTEX, que SÍ quedan fuera del alcance de quienes viven de un salario, o hasta de quienes vivimos de un salario y dos o tres contratas adicionales.
La Feria del Libro siempre tiene actividades colaterales, que se pueden disfrutar, ¡qué bueno!, sin gastar un kilo. Pero el sentido de una feria de libros son los libros…
Uno sueña con una situación ideal en la que los libros deberían ser gratis, o al menos, lo suficientemente baratos para que todos tuviéramos acceso a ellos. El derecho a la lectura es también un derecho humano.
Pero en un mundo sumido en varias crisis al unísono, los libros no siempre son tan asequibles. A veces ni son importantes. Y contradictoriamente quienes tienen más recursos no siempre son quienes más interesados están en los libros.
Entonces uno piensa en la suerte de tener una feria del libro en Cuba, aunque sea con libros que nos parecen caros porque el salario es bajo.
Y uno entiende que los libros cuestan, que el papel y la impresión cuestan y que los escritores, editores y diseñadores también tienen que comer.
Y no son los libros, ni la Feria ni sus organizadores los culpables de que los libros nos desfonden los bolsillos. Los libros no deberían estar a merced de los vaivenes de la economía, pero lo están.
Así que hasta que se incremente la productividad y el salario de los cubanos suba o bajen los precios (que sería lo mismo) los libros, no queda otro remedio, seguirán costando igual.
Solo que siempre se puede valorar un poco mejor la calidad-precio, además de imprimir los títulos más solicitados y gastar menos tinta y papel en otros que nadie compra.
Porque cuando uno encuentra, por más “pelao” que esté, el título soñado o la última novela del escritor de moda, puede que el bolsillo quede sin fondos, pero “quien por su gusto gasta, el gasto le sabe a gloria”.
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