Ojalá encuentren aquí un pedazo de Cuba, de su alma y de su gente... un poco de Matanzas, y un poco de mí

miércoles, 24 de febrero de 2010

Cuba no es perfecta, pero tratamos: sobre los derechos humanos en Cuba


Todos los días mi hijo de seis años va a la escuela, una escuela que para él es la más bonita del mundo. Tiene su uniforme, sus libros, sus lápices y una maestra a la que adora.
Ahora está aprendiendo a leer y a escribir, como lo hacen en Cuba decenas de miles de niños de esa edad. Y si alfabetizarse no es un derecho humano, entonces no sé que serán los derechos humanos.
Mi hijo fue operado de una malformación a los dos años de edad y no me costó un centavo, como tampoco me han costado los aerosoles por el asma, y las vacunas que se ha puesto desde que nació.
Mi hijo, un poco precoz, ya sueña con la universidad y me dice que quiere estudiar en la de Matanzas porque no puede estar un día sin ver mi cara. Y esa Universidad tampoco me costará un kilo.
Son esos poquitos, que no vemos por cotidianos, los derechos humanos de los que disfrutamos los cubanos, aunque personajes incultos y dolidos desde el otro lado y desde la vida fácil quieran hacer ver que aquí no se respetan.
Puede que en la prisa de la cotidianeidad, en medio de tanto trabajo y tan enormes anhelos se violen algunos, no lo discuto. Cuba no es perfecta, ni pretende serlo. Tratamos de construir un sistema donde el bien del hombre sea la razón máxima de su existencia.
Pero nuestros derechos humanos, los que de verdad son importantes están ahí, a la vista, pasando inadvertidos entre la gente común. Son ese vecino invidente que se hizo abogado, la mujer embarazada que tiene licencia y atención médica de primera garantizada, los abuelos que practican deporte en el parque más cercano.
Nuestros derechos humanos están en calles y centros nocturnos sin violencia, en las escuelas en la montaña aunque haya un solo alumno, en los transplantes de órganos y operaciones más difíciles que solo cuestan las gracias.
Están en la educación especial desde los primeros grados hasta los últimos, en las instituciones de la cultura y en el deporte. Nuestros derechos humanos están en los ojos francos y alegres de los niños, jóvenes y ancianos de esta tierra.
Dicen que siempre el que busca, encuentra; y que casi siempre las manchas no dejan ver la luz. Pero no vale la pena ponerse a “buscarle las cinco patas al gato”, o “la pelusa de la recontrapelusa” como hacen los enemigos de la Revolución.
Los derechos humanos básicos aquí son sagrados, y nadie, por mucha ceguera mental que tenga, podrá decir lo contrario. La Cuba que respeta los derechos humanos está aquí, a la vista de todos y abierta al mundo.
Basta con mirar para el lado para encontrar el respeto de esta tierra por los derechos de los hombres.

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